Fue un terremoto. El pasado domingo, en Rumanía, alumno aventajado entre las economías del este de Europa en temas como la transparencia, la democratización y la lucha contra la corrupción, con una de las tasas de crecimiento del PIB más robustas de toda la UE, Calin Georgescu, un candidato no afiliado a ninguna formación política, que no ocultaba su afinidad y simpatía hacia el Kremlin, había logrado la primera posición en la primera vuelta de las presidenciales y podía hasta alzarse con el triunfo. Una voz de alarma recorrió el continente, al tiempo que analistas y estrategas se devanaban los sesos para determinar por qué el flanco suroriental de la Unión ofrecía tantas vías de acceso a los cantos de sirena emitidos desde Moscú.
Radu Magdin, presidente de Smartlink Communications y comentarista político de Rumanía, sostiene que aún es pronto para dilucidar si la sorpresa electoral protagonizada por Georgescu acabará por arruinar los progresos de Rumanía. «Los resultados indican que, pese a las mejoras tangibles en la economía y las inversiones públicas, los electores están muy insatisfechos con el balance del Gobierno», apunta. En su opinión, el peor escenario al que se enfrenta su país es la formación de «un Gobierno débil» o la consolidación en el Parlamento de «un bloque anti Europa y anti OTAN». El país celebra este domingo elecciones legislativas, y el fin de semana siguiente, la segunda vuelta de las presidenciales, que podrían suponer una gran sacudida a todo el sistema político local.
En la indigesta resaca electoral rumana, ha salido a la luz que el candidato ultra prorruso se ha beneficiado de una cobertura favorable en Tik Tok una red social de origen chino, que no advirtió que los contenidos difundidos por Georgescu eran propaganda política. No obstante, Magdin se opone a que el Tribunal Supremo acabe anulando las elecciones, ya que ello podría desencadenar «protestas masivas» en el país y sembrar el caos.
Los sectores europeístas rumanos confían en que la victoria de Georgescu sirva de revulsivo para movilizar al electorado en las próximas y trascendentales lizas electorales. «Es esperanzador ver a la gente saliendo a la calle en favor de la UE y la OTAN», sostiene Magdin, en referencia a las manifestaciones que están teniendo lugar estos días en Bucarest y otras ciudades. «Una elevada participación» favorecería «la formación de una mayoría fuerte que reafirmara nuestro compromiso con los valores democráticos y sus candidatos», concluye.
Dos factores han materializado el elevado grado de penetración de Rusia en la política y en la economía de Bulgaria: por un lado, los partidos abiertamente prorrusos, como Renacimiento o el Partido Socialista de Bulgaria (PES), pero también la corrupción, que empujan a formaciones tradicionales, formalmente europeístas, a alinearse por la puerta de atrás con los intereses de Rusia. Sin ir más lejos, en agosto, el Parlamento de Sofía aprobó una ley que prohíbe la propaganda homosexual en las escuelas, similar a la que existe en otros países gobernados por fuerzas pro Kremlin como Hungría. Y lo hizo con los votos de GERB, un partido que se autoproclama de centroderecha y favorable a la UE. «El GERB finalmente ha abandonado la agenda proeuropea» y ha optado por esta medida «como cálculo electoral», valora para EL PERIÓDICO desde Sofia Vessela Tcherneva, vicedirectora del Consejo Europeo para las Relaciones Exteriores.
El debate, siempre latente, acerca de la penetración rusa en Bulgaria se desencadenó en los primeros meses de la guerra de Ucrania. En el país balcánico sucedían cosas impensables en otros miembros de la UE, como que la embajadora de Rusia Eleonora Mitrofánova, organizara ruedas de prensa donde difundía bulos como la existencia de laboratorios de armas biológicas en Ucrania, mientras la legación convocaba cuestaciones de fondos para apoyar a los soldados rusos. Un comportamiento deliberadamente provocativo destinado, según esta experta, a «mermar la autoridad» del Ejecutivo reformista proeuropeo, encabezado por Kirill Péteos, que gobernaba entonces el país y respaldaba las sanciones a Rusia. La coalición colapsó en 2022, y desde entonces la representación rusa ha mantenido una actitud más discreta. La gigantesca refinería propiedad de la petrolera rusa Lukoil en las afueras de Burgas, es otro de los vectores de la influencia del Kremlin en la pequeña nación balcánica y «se está adaptando a la situación«, valora Tcherneva. Poco se sabe de cómo determina esta empresa la toma de decisiones políticas, pero sí da por descontado esta analista que, mientras la empresa matriz rusa no venda sus instalaciones búlgaras, seguirá ejerciendo un papel.
Así las cosas, no es de extrañar que en la agenda política local, la presencia de Rusia haya pasado a un segundo plano y domine la lucha contra la corrupción, personificado en la necesidad de reformar el sistema judicial. «La corrupción» permite todo lo demás, recuerda la experta del Consejo Europeo para las Relaciones Exteriores.
Grecia es muy sensible a las campañas de injerencia de Moscú. Antes de la pandemia, el país heleno era el quinto más visitado por los turistas rusos, inmediatamente detrás de España, alcanzando en 2019 cerca de 700.000 visitantes. La propaganda rusa ha sido tradicionalmente muy efectiva, presentando a ambos países, mayoritariamente ortodoxos, siempre en el mismo bando en los conflictos recientes, aunque ello en realidad se trate de una manipulación histórica, valoran muchos analistas.
Todos estos vínculos se han ido desvaneciendo durante el último quincenio, destaca para EL PERIÓDICO Constantinos Filis, profesor de Relaciones Internacionales y director del Instituto de Asuntos Globales, vinculado al American College de Grecia. «En 2010, Putin era el político internacional más valorado, ahora se halla muy por detrás de norteamericanos y europeos», constata el académico. Crisis económicas, desafíos históricos y guerras que reverberan en la conciencia nacional griega como «agresivas» son el origen de este acentuado desapego hacia el mundo ruso, constata Filis.
Una de las oportunidades más recientes en que los griegos percibieron al Kremlin como contrario a sus intereses fue con motivo de la firma del acuerdo de Prespa en 2018, que puso fin a la disputa que enfrentaba a los gobiernos de Atenas y Skopje por el nombre de Macedonia, designando oficialmente como República de Macedonia del Norte al estado emergido de la desintegración de Yugoslavia. Moscú llevó a cabo intensos esfuerzos de injerencia para sabotear el pacto que derivaron en la expulsión de dos diplomáticos rusos por parte de Atenas. La guerra de Ucrania supuso también otro duro golpe para la reputación de Rusia. Los griegos, según Filis, percibían «grandes similitudes» con la invasión del norte de Chipre por parte del Ejército de Turquía en 1974, una ocupación considerada ilegal por el derecho internacional y que motivó el desplazamiento de 150.000 chipriotas de habla griega.
La crisis financiera que vivieron tanto Grecia como Chipre a mediados de la década pasada acabó por convencer a los locales de que la solidaridad de Rusia tenía límites y que, tras forzados discursos de hermandad, en realidad Moscú solo defendía «sus propios intereses», concluye Filis. El Kremlin no se erigió en alternativa a los planes de austeridad europeos ni tampoco hizo lo propio en Chipre, donde empresas rusas y ciudadanos rusos desde hacía años domiciliaban sus fortunas y empresas, permitiéndoles evadir al fisco ruso en un buen número de casos.
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