En Estados Unidos unas 125 personas mueren cada día por las armas de fuego, el 37% víctimas de homicidios. En Estados Unidos, casi seis de cada diez personas tienen problemas cuando tratan de usar su seguro médico, incluyendo reclamaciones denegadas para costear tratamientos, pruebas o cuidados y medicamentos no cubiertos.
Son dos oscuras realidades plagadas de historias de auténtico horror. Pero es el hartazgo, la frustración y la rabia con el sistema de salud disfuncional de la mayor potencia económica del mundo, donde un 8% de la población ni siquiera tiene ninguna cobertura y otro 23% la tiene por debajo de sus necesidades, el que está desde hace 10 días en el epicentro de la conversación nacional, el que explica que muchos hayan convertido en a Luigi Mangione en un ídolo, un icono, un fenómeno.
Magione es el joven de 26 años acusado de asesinar de tres disparos por la espalda en las puertas de un hotel de Manhattan a Brian Thompson, el consejero delegado de United Healthcare, la mayor aseguradora privada del país. Es hijo de una influyente y acomodada familia de Baltimore, se formó en un instituto donde la matricula anual ronda los 38.000 dólares y luego se graduó y obtuvo un máster en informática en la Universidad de Pensilvania, parte de la prestigiosa Ivy League. Después de trabajar en San Francisco vivió en un espacio de ‘coworking’ en Honolulu donde pagaba 2.000 dólares al mes.
«Retrasar», «denegar» y «deponer»
Nada de eso, ni lo intensos dolores que le provocaba una espondilolistesis (un trastorno de vértebras que se desalinean) por la que se tuvo que operar, ni el problemas que sufría de “niebla mental”, se conocía en los cinco días que pasaron desde el crimen hasta su arresto e identificación el lunes en un McDonald’s de Altoona, en Pensilvania. Pero para entonces ya muchos habían convertido en una especie de Robin Hood del siglo XXI al asesino que escribió en las tres balas letales “retrasar”, “denegar” y “deponer”, palabras asociadas a tácticas habituales de las aseguradoras que empezaron a aparecer en todo tipo de productos que se vendían ‘online’.
El ‘fenómeno Mangione’ desde el lunes no ha hecho más que crecer. Y llegaron las noticias sobre el manifiesto de 252 palabras donde condenaba a las compañías que “abusan del país para beneficios inmensos” y había escrito: “Francamente, estos parásitos se lo habían buscado”. Llegó también la inmersión en su vida personal, donde los últimos seis meses había desconectado de familia y amigos y pasó tiempo en Japón, y el buceo por su huella ‘online’.
Ha llegado también la atención intensa a United Healtcare, la mayor aseguradora privada de EEUU por cuota de mercado, que el año pasado tuvo 281.000 millones de dólares de ingresos y 16.000 millones de beneficios. Su tasa de rechazo de reclamaciones de cobertura es del 32%, la más alta de la industria y el doble de la media nacional. Ha sido demandada en varias ocasiones y también está bajo la lupa de legisladores por negar reclamaciones para maximizar beneficios. Y Thompson, que en 2023 ganó una compensación de más de 10 millones, estaba investigado por uso de información privilegiada (vendió acciones por valor de 15 millones de dólares justo antes de que se hiciera público que la compañía estaba bajo investigación del Departamento de Justicia por posibles violaciones de leyes antimonopolio y cayera el precio de las acciones).
Críticas por deshumanizar a la víctima
El aplauso a Mangione tiene numerosos críticos, que denuncian que se está deshumanizando a la víctima del crimen, un hombre de 50 años casado y con dos hijos, y más genéricamente a toda la clase de directivos de grandes empresas, que están incrementando su seguridad y viendo como, por ejemplo, en Nueva York han aparecido carteles con nombres e información de otros ejecutivos de seguros bajo las palabras “se busca”. Esos críticos aseguran que se cae en el mismo problema por el que justamente se ataca a las aseguradoras: tratar a la gente como números, como clientes y no como pacientes, como instrumentos para sacar beneficios. En el caso concreto de Mangione, la policía de Nueva York teme, además, que otros lo vean como “mártir y ejemplo a seguir” según escribieron en un informe tras leer sus escritos.
Otros muchos, no obstante, contraponen la violencia de este episodio concreto a una más amplia, la estructural. Y en ese contexto se ve lógico lo que ha provocado Mangione, una figura que cuadra con la teoría del “bandolerismo social” que en 1959 desarrolló el estudioso marxista Eric Hobsbawm, que creía que cuando la gente pierde la fe en la capacidad del gobierno de lidiar con sus preocupaciones y agravios a veces miran a forajidos que se ofrecen como alternativa, incluso aunque sea de forma violenta. Mangione lo ha hecho, sacando a la superficie una rabia que lleva mucho tiempo acumulándose, más en un país donde solo el 16% de la población tiene confianza en las grandes corporaciones (la mitad que hace 25 años en los sondeos de Gallup) y donde un consejero delegado gana ahora 344 veces más que un trabajador.
Un sistema en el que solo confía el 31% de la población
El enojo y la sensación de frustrante impotencia que se generaliza los conocen bien quienes llevan tiempo estudiando o intentando corregir un sistema de salud en el que solo confía el 31% de la población según un sondeo de Gallup del año pasado; un sistema perverso de seguros donde casi dos de cada cinco estadounidenses retrasan sus visitas al médico o la compra de los medicamentos recetados y un tercio acumula deuda médica o dental según un estudio de Commonwealth Fund.
Son gente como la senadora progresista Elizabeth Warren, que esta semana decía que “la violencia nunca es la respuesta pero llega un momento en que la gente no puede más. La reacción visceral de la gente de todo el país que se siente engañada, estafada y amenazada por las viles prácticas de sus compañías de seguros debería ser una advertencia para todo el mundo en el sistema de salud”, añadía la demócrata.
Del hartazgo sabe también Warris Bokhari, que dejó su puesto de vicepresidente en una gran aseguradora y lanzó una empresa para ayudar a pacientes a hacer reclamaciones. “Hemos acabado con una población profundamente frustrada con pocos canales para un alivio justo. Nadie condena la violencia contra directivos, pero hay tragedias privadas que suceden cada día. En su mayoría, no se conocen y pasan completamente desapercibidas”, le decía al ‘Times’.
Expertos en internet como el Instituto de Investigación de Contagio en las Redes (NCRI por sus siglas en inglés) han analizado la actividad ‘online’ tras este crimen y han señalado con preocupación a que el contenido que más se ha movido era el que aplaudía el asesinato o denigraba a la víctima, haciendo ‘mainstream’ ideas que antes se veían en sitios nicho.
Esta vez no hay fuerzas o intereses oscuros buscando azuzar o explotar división o la polarización, que con este caso parece haberse disipado y hace que soplen con fuerza aires de cierta anarquía populista que no hace distingos entre ideologías políticas. Y lo que se está viendo en las redes “es orgánico” según le aseguraba a ‘The New York Times’ Tim Weninger, profesor de ciencia informática en Notre Dame y experto en redes sociales e inteligencia artificial. “La gente está legítimamente cabreada con la industria de salud y hay cierto apoyo a la justicia vigilante”, decía.
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