Desde hace tiempo Jimmy Carter y la mujer que fue su esposa durante 77 años, Rosalynn, tenían elegido el lugar donde serían enterrados sus restos: una tumba que marcará una sencilla lápida a la sombra de un sauce junto al estanque en la modesta casa rancho que construyeron en 1961 en Plains (Georgia), hoy parte de un parque nacional. En noviembre del año pasado, tras el fallecimiento de la que fue primera dama, llegaron los de ella. Y pronto se les sumarán los del hombre que entre 1977 y 1981 fue el 39° presidente de Estados Unidos.
Este domingo se ha anunciado la muerte de Carter, que se encontraba en su casa, donde recibía cuidados paliativos. Tenía 100 años y deja tres hijos y una hija y 22 nietos y bisnietos. Deja también un importante legado político donde brillan los acuerdos de Camp David que ayudaron a la reconciliación entre Israel y Egipto, y la normalización de relaciones de EEUU con China. Pero su huella se intensificó especialmente después de que abandonara la Casa Blanca tras un solo mandato, derrotado por Ronald Reagan, la inflación y la crisis de los rehenes en Irán.
En 1982 fundó el Centro Carter y en 2002 recibió el premio Nobel de la paz por sus «décadas de incansables esfuerzos para encontrar soluciones pacíficas a conflictos internacionales, potenciar la democracia y los Derechos Humanos y promover el desarrollo económico y social». Muchos consideran que su trabajo redefinió y marcó los parámetros de qué es una post-presidencia ética. Y una de las palabras más asociadas a su figura es una raras veces unida a la ambición que se le supone a alguien para llegar al Despacho Oval: «decencia«.
Enfermedades
Carter había sufrido un melanoma y en 2015, en una rueda de prensa, anunció que el cáncer se había extendido al hígado y al cerebro. Entonces se declaró «perfectamente en paz y preparado» para lo que llegara y dijo haber tenido «una vida maravillosa, una existencia emocionante y gratificante«. No había llegado aún, no obstante, su hora, y superó con tratamientos aquel embiste. Carter, un hombre baptista profundamente religioso, siguió atendiendo con frecuencia las catequesis dominicales, o trabajando con grupos como Habitat para la humanidad.
En los últimos años había ido incrementándose su fragilidad y en 2019, por ejemplo, sufrió al menos tres caídas.
El 18 de febrero de 2023, sin dar detalles de su estado de salud, se había informado de que había optado «tras una serie de cortas estancias en el hospital» por pasar el tiempo que le quedaba en casa con su familia y «recibir cuidados paliativos en su casa en lugar de intervención médica». En noviembre llegó la muerte de su esposa. Y después de que uno de sus nietos asegurara en mayo que estaba «llegando a su final», el viaje vital finalmente ha acabado. Su única preocupación era llegar a vivir lo suficiente para votar por Kamala Harris en las últimas elecciones presidenciales estadounidenses.
Un hijo del sur profundo
James Earl Carter Jr., aunque casi nunca usó ese nombre, había nacido el 1 de octubre de 1924 en la pequeña localidad agrícola de Plains y creció en la cercana comunidad de Archery. Aquello era el sur profundo, pobre, y sus padres, el granjero y empresario Earl y la enfermera Lillian, eran allí los únicos blancos. Como se recordaba en ‘El forastero: la vida de Jimmy Carter’, la biografía que publicó hace un par de años el premio Pulitzer Kai Bird, creció sin agua corriente hasta que tuvo 11 años y sin electricidad hasta los 14. Y vio el racismo de su padre, pero creció modelado fuera de sus patrones, en buena parte por su madre, que comía con gente negra, defendía a Abraham Lincoln y a los 67 años se fue a la India dos años con los Cuerpos de Paz que puso en marcha John F. Kennedy.
Sus posiciones contra la segregación y por los derechos civiles se plasmaron en su carrera política, que inició en 1962 como senador estatal después de haber pasado por la Academia Naval y luego ser oficial en la Marina, que abandonó para volver a Plains en 1953 y ponerse al frente del negocio familiar de la granja de cacahuetes. Llevaba casado ya desde 1945 con Rosalynn y para entonces tenía a sus tres hijos varones, a los que en 1967 se sumó su única hija.
En 1966 había fracasado en su intento de llegar a gobernador pero lo consiguió en 1970 y en 1976 logró la nominación presidencial demócrata y sacó de la Casa Blanca al republicano Gerald Ford. Y llegó a la presidencia como un moderado, empeñado en intentar restaurar la confianza en el gobierno tras la guerra de Vietnam y el escándalo del ‘Watergate’.
Puntos negros y de luz
Los puntos grises y negros de su mandato marcaron su breve biografía presidencial. Y quedan las imágenes de las largas colas en las gasolineras durante la crisis del petróleo, el descontento generalizado en el país con el elevado paro y con una inflación que se disparó hasta alcanzar el 13%, un problema al que respondió con recortes de gasto y austeridad. Y aunque escogió para dirigir la Reserva Federal a Paul Volcker, el hombre que conseguiría acabar con aquella crisis, lo hizo en 1979, y el combate de Volcker acabó dando resultados para Reagan.
Carter, con un elevado cociente intelectual, inconformista pero también terco y enojadizo, fue además el presidente de la crisis de los rehenes en Irán, un secuestro de 52 diplomáticos que se prolongó durante 444 días y que solo terminó cuando fueron liberados una vez que él cedió el testigo a Reagan tras perder unas elecciones para las que además había enfrentado el reto interno en el Partido Demócrata de Ted Kennedy.
En su biografía presidencial hay, no obstante, también puntos luminosos, como los citados acuerdos de paz de Camp David entre Menajem Beguin y Anwar el-Sadat y la normalización de las relaciones con Pekín, además del acuerdo SALT II con la Unión Soviética para limitar armamento nuclear (aunque la invasión de Afganistán bloqueó la ratificación), una política de derechos humanos que se considera que contribuyó al fin de la Guerra Fría y la ratificación de los tratados Canal de Panamá. Y en los últimos años se ha revisado con más reconocimiento el papel de su breve mandato.
«Quizá ha sido el presidente peor comprendido de la historia estadounidense», escribió Jonathan Alter, que en 2020 publicó la biografía «His very best» en parte movido por la esperanza de que «ilumine para volver a cierto sentido de decencia, responsabilidad y seriedad en nuestra política».
Hitos de su mandato
Carter, conservador fiscal, pero también con conciencia social, fue un adelantado a su tiempo en políticas ambientales y firmó 15 leyes en ese terreno (instaló también paneles solares en la Casa Blanca, que Reagan quitó al llegar). Dobló el espacio dedicado a los parques nacionales. Y su Administración impuso las normativas de seguridad que establecieron la obligatoriedad en los coches de los airbag y el cinturón de seguridad.
Fue además un promotor de la diversidad y en su mandato nombró, por ejemplo, cinco veces más juezas federales que todos sus predecesores juntos (incluyendo Ruth Bader Ginsburg, que acabaría llegando al Tribunal Supremo). Y creó los departamentos de Energía y Educación.
Su trabajo, una vez que abandonó la Casa Blanca, es el que le permitió escribir lo que el biógrafo de Reagan Craig Shirley ha definido como «uno de los mejores segundos actos en la historia estadounidense» y uno además en el que Carter rompió más moldes. Volvió a la casa y al negocio familiar de Plains, donde él y Rosalynn (que en la Casa Blanca estableció la Oficina de la Primera Dama y lideró iniciativas como la obligatoriedad de vacunas a los niños en edad escolar) siguieron viviendo con inusitada modestia en el mundo de los expresidentes.
«Nunca quise hacerme rico», explicó en una ocasión a ‘The Washington Post’ Carter, que modeló su vida post-presidencial siguiendo el ejemplo de Harry Truman. Él y su esposa, por ejemplo, siempre viajaban en aerolíneas comerciales. El expresidente, que recibía una pensión por el cargo de 210.700 dólares, costaba a los contribuyentes anualmente menos de la mitad de lo que cuestan Bill Clinton, George Bush y Barack Obama. Y su seguro médico lo pagaba la Universidad de Emory para la que trabajó (no llegó a los cinco años necesarios para recibir prestaciones federales de salud tras la jubilación).
El Centro Carter
Huyó del mundo de discursos y conferencias pagadas con cientos de miles de dólares por el que transitan otros antiguos mandatarios. Sus libros (y tiene 33 firmados, incluyendo uno infantil) no eran superventas. Pero su trabajo con el Centro Carter, a favor de elecciones libres, intercediendo en conflictos en lugares como Haití o Sudán, promocionando los derechos humanos o luchando por la erradicación de enfermedades como la del gusano de Guinea hizo de él una referencia global. En 2010 recibió el Premi Internacional de Catalunya, y en una entrevista que concedió a EL PERIÓDICO entonces, durante la presidencia de Obama, ya avisaba de que su país vivía una polarización no vista desde la guerra civil.
Esas divisiones radicales crecieron bajo el mandato de Donald Trump, un presidente al que Carter calificó de «un desastre en derechos humanos, en cuidar a la gente y en tratar a la gente igual». Pero su mirada a todo el sistema político estadounidense lanzaba voces de alerta. Al hablar de Citizens United, la decisión del Supremo que abrió las espuertas a las donaciones ilimitadas de corporaciones, individuos y sindicatos a las campañas electorales, Carter aseguró que había cambiado el sistema político «de una democracia a una oligarquía. El dinero ahora es preeminente. Se ha ido todo al infierno».
En el legado de Carter también queda la historia de amor y complicidad con Rosalynn, de la que se enamoró en la primera cita y con la que se casó, después de que ella le rechazara en su primera petición, en 1946, cuando él tenía 21 años y ella 18. Aunque inicialmente en el matrimonio hubo divisiones tradicionalistas y él tomó decisiones familiares y políticas sin consultarle a ella, como la de presentarse a gobernador, un día cuando le pidió que le hiciera una maleta ella le dijo «háztela tú». Carter ahí entendió y cambió. Y se sentaron las bases de una relación de complicidad que ha perdurado durante décadas. «Con los años nos volvimos no solo amigos y amantes, sino socios», dijo ella en una ocasión. «Él siempre ha pensado que yo podía hacer cualquier cosa y por eso hemos tenido algunas aventuras y retos maravillosos».