“En Venezuela no hay hambre. Hay voluntad, determinación y valentía para defenderla”, dijo Delcy Rodríguez con el énfasis y el sentido peculiar de la realidad que teñiría sus decisiones como presidenta de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) y “mujer fuerte del país”. Nicolás Maduro la llamó “tigresa”. Sus enemigos la imaginan dando zarpazos que quedarán impresos en la Carta Magna que se quiere escribir contra viento y marea.
Rodríguez nació en 1969 y su vida ha estado desde siempre marcada por la política. Estudió derecho en Caracas y cursó estudios de posgrado en París y Londres con un solo propósito: formarse para las “grandes tareas” políticas que se avecinaban. Hugo Chávez la tuvo a su lado en diferentes cargos. Nicolás Maduro le dio mayores responsabilidades: ministra de Comunicación, de Exteriores y ahora de Petróleo y vicepresidenta ejecutiva de Venezuela.
Sobre ella pesan varias sanciones internacionales a raíz de diversas acusaciones por violación de derechos humanos y por la crisis institucional y social en Venezuela y, ahora, su nombre ha salido a relucir en plena trama del caso Ábalos en España.
El secuestro más largo
La carrera de Rodríguez no se entiende sin su historia familiar. Su padre, Jorge Antonio Rodríguez, murió a los 34 años, en 1976. Era uno de los dirigentes de la Liga Socialista, de la que formó parte el joven Maduro. Este grupo de izquierda alcanzó entonces notoriedad por el secuestro más largo en la historia de Venezuela, el de William Frank Niehous, un norteamericano que se desempeñaba en la Owens Illinois y a quien se lo acusaba de ser agente de la CIA.
El Gobierno socialdemócrata del por aquel entonces presidente Carlos Andrés Pérez puso en marcha un rescate sin medir costos humanos. Rodríguez padre falleció en los sótanos de la Dirección General Sectorial de los Servicios de Inteligencia y Prevención (DISIP) como resultado de las torturas. Casi tres décadas más tarde, el chavismo lo erigió en mártir.
Su hija y su hermano Jorge, otro hombre fuerte del Gobierno, no dejan de evocarlo y ampararse en su aureola. “¡Tus asesinos son los mismos que hoy agreden al pueblo y amenazan sus sueños de luz y esperanza!”, lo recordó.