El pasado 13 de abril, Irán osó hacer lo que nadie había hecho desde 1991: lanzar más de un centenar de drones, misiles balísticos y de crucero contra Israel y los territorios ocupados. El ataque, una calculada coreografía en represalia al asesinato de dos de sus generales, fue interceptado por el sistema antibalístico israelí y por aviones de combate de Estados Unidos, su gran aliado, así como con la ayuda de Francia, Reino Unido y Jordania. Sin embargo, la operación en defensa del Estado judío también se articuló gracias a otro hito histórico: la inteligencia prestada por antiguos enemigos como Arabia Saudí o Emiratos Árabes Unidos (EAU).
Esta alianza, impensable hace tan solo cinco años, ilustra el giro diplomático que está cambiando Oriente Próximo. Aunque la guerra y la constatación del genocidio en Gaza ha reforzado el apoyo a Palestina entre la sociedad árabe, según una reciente encuesta del Centro Árabe de Investigación y Estudios Políticos de Doha, los gobiernos de cada vez más países de la región optan por tender la mano a Israel. Algunos, como Baréin o los emiratíes, han dado la espalda a los palestinos y han restablecido formalmente sus relaciones con Tel Aviv tras décadas de enemistad, un paso que Egipto o los jordanos ya tomaron en los 90. Otros, como Catar, Omán o los saudíes, lo hacen bajo la superficie y sin un acuerdo de por medio mientras de cara al público siguen pidiendo la creación de un estado palestino.
Los bombardeos israelíes han matado a casi 42.000 personas en la franja. Aun así, los Estados árabes no han levantado la voz. «Los palestinos han sido maniatados por sus llamados hermanos (…) no están preocupados por su destino», ha remarcado el veterano exembajador estadounidense en la región Ryan Crocker en una entrevista con ‘Politico‘. Esa «reveladora» falta de reacción se debe a un amplio abanico de factores que va desde lo económico —reforzar los lazos comerciales con Israel— a lo geopolítico —garantizar una alianza militar con EEUU ante posibles amenazas regionales como Irán— que varía dependiendo la idiosincrasia de cada país.
Músculo tecnológico de Israel
Un elemento que explica el cálculo pragmático del mundo árabe respecto a Palestina es su interés en la tecnología israelí. El Estado judío no tiene petróleo en su subsuelo, pero su gran «recurso natural» es el software y la electrónica, principal motor de su economía. En 2023, la alta tecnología representaba el 19,7% del producto interior bruto del país y más de la mitad de sus exportaciones (un 53%), según datos de la Autoridad de Innovación de Israel.
Parte importante de ese sector —con vínculos con el ejército— diseña tecnologías punteras en el campo militar y de la vigilancia. Un 36% de las armas que Israel exportó el año pasado fueron sistemas de defensa aérea, mientras que un 11% fueron sistemas de radar y de guerra electrónica, como consta en los informes oficiales. En 2022, se vendieron programas de ciberdefensa e inteligencia a 83 países, si bien se otorgaron licencias para negociar su comercialización con un total de 126, según datos a los que accedió el diario ‘Haaretz‘.
Espionaje como arma diplomática
Aunque el Gobierno de Binyamín Netanyahu se niega a revelar quiénes son sus clientes, muchos de los vecinos árabes de Israel compran su avanzada tecnología, testada con la población palestina. «Se trata de países autoritarios que, después de la Primavera Árabe, incrementaron la vigilancia masiva para el control y represión de su población», explica Itxaso Domínguez, profesora de geopolítica de Oriente Próximo en la Universidad Carlos III de Madrid.
Desde hace décadas, Israel usa el comercio de armas —también cibernéticas— para extender su influencia diplomática. Una investigación del ‘The New York Times‘ desveló el año pasado que la venta de Pegasus, el célebre programa de espionaje capaz de infiltrarse en el móvil de sus víctimas, «desempeñó un papel invisible pero fundamental a la hora de aseguar el apoyo de naciones árabes en su campaña contra Irán». Así, Tel Aviv utilizaba los permisos de exportación de su joya de la corona, fabricada por NSO Group, como carta con la que promover sus intereses. Ese mecanismo de presión también podría haber influido en el silencio del mundo árabe respecto a la cuestión palestina.
Represión y control interno
Varias investigaciones han destapado que entre los clientes de Pegasus hay países árabes como Jordania, Arabia Saudí o Yemen. Otros países vecinos como Egipto, Jordania, Omán o Catar han usado Predator, un poderoso spyware desarrollado por Intellexa, un consorcio encabezado Tal Dilian, antiguo comandante en jefe de la unidad secreta de tecnología del ejército de Israel. Ambos programas espía, denuncia Amnistía Internacional, son usados para vigilar y reprimir a ciudadanos críticos, disidentes políticos, periodistas o activistas por los derechos humanos.
A medida que la masacre en Gaza se recrudece el temor a que el malestar social se traduzca en protestas va a más. «Los países se han dado cuenta del poder revolucionario que tiene la causa palestina», advierte Domínguez. «Si dejan que sus ciudadanos se manifiesten por una causa política eso puede llevar a que terminen cuestionando al régimen». Los drones o los programas de reconocimiento facial israelíes pueden ayudar a apagar la llama de la desestabilización interna antes de que prenda.
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