Casi una semana después de su incontestable victoria en las elecciones de Estados Unidos, Donald Trump empieza a deshojar los nombres de su próxima Administración. El republicano ha anunciado que Tom Homan será el próximo «zar de la frontera», el hombre encargado de poner en práctica sus promesas para lanzar «la mayor campaña de deportación en la historia de EEUU». Homan está considerado como uno de los arquitectos de la controvertida política de separación familiar de los migrantes irregulares aprehendidos en la frontera, una política que supervisó al frente del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) durante la primera presidencia del magnate. Trump también ha escogido a la diputada republicana Elise Stefanik, conocida por sus posturas proisraelíes y sus críticas a la ONU, para ser embajadora ante Naciones Unidas. Y a Stephen Miller, descrito por algunos como «el Goebbels del trumpismo«, para ser el director adjunto de política en la Casa Blanca.
A diferencia de lo que pasó durante sus primeros cuatro años en la Casa Blanca, esta vez Trump parece decidido a rodearse únicamente de gente completamente leal a su causa para acompañarle en el Gobierno. Ya no tiene la presión que tenía de su partido para apostar por profesionales con trayectoria y estatura suficiente para frenar sus ideas más alocadas y sus impulsos más disruptivos. No en vano, varios de los republicanos que trabajaron en su primera Administración acabaron convertidos en sus críticos más acérrimos, llegando a describirlo como «un inepto», «una amenaza para la democracia» o «un fascista». Eso explica por qué Trump descartó este fin de semana que tanto Mike Pompeo, quien fuera su secretario de Estado y director de la CIA, como Nikki Haley, su embajadora ante la ONU, vayan a repetir en su Gobierno.
Ideólogo de extrema derecha
Y es que si bien ambos acabaron apoyando su candidatura, lo hicieron tras haber tenido sonados desencuentros públicos con el magnate. Una desviación que esta vez no parece dispuesto a tolerar. Su primera designación fue la de Susie Wiles, la discreta directora de su campaña, como jefa de gabinete. Wiles tendrá muy cerca a Stephen Miller, quien fuera el redactor de discursos de Trump durante su primer mandato y una de sus asesores de cabecera en política migratoria. Firmemente anclado en la extrema derecha, Miller es un ideólogo, obsesivamente antiinmigración y cercano en sus postulados al supremacismo blanco. «América es solo para los americanos», dijo en el famoso mitin de Trump en el Madison Square Garden de Nueva York, repitiendo uno de los eslóganes del Ku Kux Klan de los años 20 del siglo pasado.
Con Miller en la Casa Blanca el celo en la frontera está asegurado, aunque será Homan el encargado de tratar de poner en práctica la deportación de los 13 millones de personas en situación irregular. Esa fue la principal promesa de campaña de Trump, allanada por el récord de entradas ilegales en el país durante buena parte de la presidencia de Joe Biden. Homan comenzó su carrera como agente de la Guardia de Fronteras y fue uno de los primeros altos cargos en proponer la separación familiar en la frontera, una política que acabó apartando a más de 5.000 niños migrantes de sus familiares. Decenas de ellos siguen sin saber hoy dónde están sus padres o los parientes que les acompañaron en el viaje hasta el dorado norteamericano.
Celo en la frontera
Homan pretende ahora cumplir con los planes de Trump al pie de la letra. «Si estás en el país ilegalmente, no te confíes», dijo recientemente. «Hay que decidir por dónde empezamos, pero de nuevo, es un crimen entrar en este país ilegalmente». El antiguo jefe del ICE ha dicho que tratará de ayudarse del Ejército, aunque consciente de las limitaciones legales en este sentido, añadió que los militares no se dedicarán a arrestar migrantes, sino a transportarlos, construir centros de detención o terminar el muro fronterizo. Paralelamente, tratará de firmar acuerdos con terceros países para externalizar el control de las fronteras, como hacen la Unión Europea o el Reino Unido. «No han visto una mierda. Esperen a 2025», dijo el pasado mes de julio.
Muy esclarecedora también es la nominación de Elise Stefanik para ser la próxima embajadora ante la ONU. A sus 40 años esta congresista por Nueva York, la cuarta con más poder en la Cámara de Representantes, donde ha abanderado la mentira del fraude electoral, se ha hecho un nombre por su defensa a ultranza de Israel y su brutal campaña de bombardeos en Gaza y Líbano. Sus preguntas contra los presidentes de varias universidades estadounidenses durante una audiencia en el Congreso dedicada a examinar el supuesto antisemitismo en los campus universitarios, fueron instrumentales en la dimisión de varios de ellos. Lo más llamativo, sin embargo, no es que Trump haya elegido a una embajadora proisraelí, sino que lo haya hecho cuando Israel está tratando de destruir a la ONU, la credibilidad de sus agencias y el liderazgo moral de sus dirigentes. Stefanik ha acusado al organismo de ser «antisemita», lo que augura tiempos difíciles para la institución.