Tras un 2024 marcado por las urnas –más de la mitad de la población mundial votó en diferentes procesos electorales– y los conflictos armados en Ucrania y Oriente Próximo, el 2025 se presenta como un gran interrogante en el que destaca por encima de todo la imprevisibilidad de Donald Trump, quien regresará el 20 de enero a la Casa Blanca después del paréntesis de cuatro años del demócrata Joe Biden. Un regreso que viene a afianzar un fenómeno que algunos expertos ya han bautizado como «egopolítica« y del que forman parte otros líderes histriónicos y con una concepción cuestionable de la democracia como el argentino Javier Milei o el ruso Vladímir Putin.
Estos son cinco de los temas que marcarán la actualidad internacional en el año que empieza:
El año que acaba de empezar va a estar protagonizado, sin duda alguna, por el segundo mandato de Trump al frente del Gobierno de Estados Unidos. Si cumple lo prometido, va a provocar una disrupción aún mayor de lo que lo hicieron sus primeros cuatro años en Washington. En el plano internacional, ya ha confirmado que piensa seguir la misma lógica transaccional que aplicó entre 2017 y 2021: ha amenazado a la UE con imponer aranceles si los Veintisiete no compran masivamente gas y petróleo estadounidenses; ha asegurado que retomará el control del Canal de Panamá si este país no rebaja lo que, a su juicio, son unas tarifas abusivas; ha ‘troleado’ a Canadá y Groenlandia insinuando que son o serán parte de EEUU; y ha exigido a Hamás que antes de su llegada a la Casa Blanca libere a los rehenes que aún mantiene en Gaza o, de lo contrario, vivirá un «infierno»…
«Es una manera de negociar exclusivamente trumpista«, asegura ‘Politico’: utiliza tácticas de intimidación inusuales y completamente alejadas de los estándares de la diplomacia y las relaciones internacionales para conseguir que otros países acaben haciendo lo que él quiere.
En el plano económico, según destaca el ‘think tank’ Barcelona Centre for International Affairs (CIDOB), habrá que ver el efecto de la nueva ‘Maganomics‘ (juego de palabras entre economía y MAGA, las siglas de Make America Great Again, el movimiento ideológico construido por Trump), que se sostiene sobre siete pilares: desregulación salvaje en sectores clave como la energía, la industria manufacturera y el sector financiero; un proteccionismo feroz que impactará en todo el mundo pero también en los hogares estadounidenses; rebajas de impuestos con los que pretende dinamizar la economía pero que también supondrán menos ingresos; recortes draconianos en la Administración (dos billones de dólares anuales) a cargo de los multimillonarios Elon Musk y Vivek Ramaswamy que acabarán repercutiendo en las prestaciones sociales básicas; deportaciones masivas de inmigrantes que reducirán la fuerza laboral del país; control de la Reserva Federal, un organismo históricamente independiente, con el objetivo de depreciar el dólar para favorecer las exportaciones; y potenciación de las energías fósiles, autorizando nuevas explotaciones de gas y eliminando restricciones sobre el carbón o el petróleo en dirección opuesta a la lucha contra el cambio climático.
En el avispero de Oriente Próximo, el año arranca con las mismas dudas sobre el futuro de Siria, donde el pasado 8 de diciembre, tras 13 años de guerra civil, los rebeldes de Hayat Tahrir al Sham (HTS, Organización para la Liberación de Levante) lograron en una ofensiva relámpago tomar el control del país y acabar con medio siglo de régimen de la familia Asad. El objetivo del grupo rebelde, que en el pasado fue una franquicia de Al Qaeda, es estabilizar el país y redactar una Constitución en el plazo de 36 meses para poder celebrar elecciones en cuatro años.
El líder del HTS, Ahmed al Shara (cuando llegó al poder abandonó su nombre de guerra, Abu Mohamed al Jolani, puesto en recuerdo del lugar de origen de su familia, los Altos del Golán, territorio sirio ocupado por Israel), ha prometido que en la nueva Siria se respetarán los derechos de las minorías y de las mujeres. Pero estas buenas palabras de Jolani, que ha reducido el largo de su barba y ha cambiado el uniforme militar por el traje de corte occidental, no acaban de convencer. Altos cargos de la Administración estadounidense han explicado a ‘The New York Times’ que temen que sea una estratagema similar a la utilizada por los talibanes en Afganistán en 2021: ganarse el respaldo internacional y consolidarse en el poder para luego imponer un duro régimen islamista.
Mientras, en Gaza, se mantiene la ofensiva israelí tras casi 15 meses y más de 44.000 muertos sin que fructifique ninguno de los intentos de lograr un alto el fuego. En el caso de lograrlo, sin embargo, no será una «paz positiva, de justicia y reparación», no se llegará a una «solución política que establezca un marco estable de larga duración», según explicó Pol Morillas, director del CIDOB, durante la presentación de los temas de este 2025. De igual modo que ha sucedido en el Líbano, donde la tregua alcanzada por Hizbulá «tiene más de descanso bélico que de primer paso hacia la resolución del conflicto».
También será importante fijar la mirada en Irán, pues en octubre de 2025 las potencias mundiales deben decidir si se reactivan las sanciones contra Teherán que se levantaron con el acuerdo nuclear (JCPOA, en sus siglas en inglés) y que han tenido un fuerte impacto en la población civil. En el país de los ayatolás, son muchas las voces que instan a recalcular la estrategia nuclear y consideran que el país debe construir la bomba atómica como estrategia de disuasión, señala a EL PERIÓDICO una exmiembro de los servicios de inteligencia de Israel. Según las estimaciones, Irán cuenta con unos 180 kilos de uranio enriquecido al 60%. «Si decide enriquecerlo al 90%, el porcentaje necesario para el arma nuclear, en un mes tendría material fisible suficiente para 10 dispositivos», añade esta exintegrante de la inteligencia israelí.
Uno de los grandes interrogantes del año es si se llegará a un acuerdo de paz en Ucrania, que, si todo sigue igual, el próximo 24 de febrero entrará en su cuarto año de guerra. Trump ha prometido que en 24 horas será capaz de poner fin al conflicto y el presidente ruso, Vladímir Putin, parece dispuesto a sentarse en una mesa de negociación, aunque ya ha trasladado que debe ser Washington quien dé el primer paso.
Según Carmen Claudín, investigadora sénior del CIDOB y una de las mayores expertas nacionales en Rusia y el espacio exsoviético, Ucrania está cada vez más dispuesta a «aceptar» que determinados territorios queden en manos rusas, pero en ningún caso está dispuesta a «capitular». La duda es qué pondrá Moscú encima de la mesa. «Sin garantías militares para Ucrania no hay posibilidad de que haya un acuerdo. Si no hay opciones de que pueda entrar en la OTAN, hay que buscar una formulación de garantías de seguridad, una plataforma coordinada de países miembros de la UE que se comprometan en ser la garantía militar de la seguridad de Ucrania», subraya Claudín.
Además, según apunta el CIDOB, no hay que descartar, en un «escenario de imprevisibilidad trumpista», las posibles consecuencias para Putin de una negativa a una negociación de paz propuesta por Washington. En una guerra de egos, no hay que desdeñar señales de «debilidad» importantes como el hecho de que Moscú haya tenido que recurrir a Corea del Norte para reponer efectivos en el frente ucraniano, como apunta Claudín.
También será importante el papel que pueda jugar la Unión Europea (UE) en la negociación de una posible tregua en Ucrania. «Dependerá mucho mucho de lo que pase en Alemania en (las elecciones de) febrero: Friedrich Merz (el candidato de la CDU) siempre se ha mostrado más favorable a intervenir en Ucrania», según Carme Colomina, investigadora principal del CIDOB.
En Europa, los dos principales puntos de atención estarán este año, especialmente durante los primeros meses, en Alemania y Francia. Berlín celebrará elecciones generales el próximo 23 de febrero después de que el canciller Olaf Scholz optara por un adelanto tras el colapso de su coalición de gobierno con los liberales y los Verdes. Según las encuestas, el bloque conservador que forman CDU y CSU, liderados por Friedrich Merz, logrará la victoria, seguido de la ultra Alternativa para Alemania y el SPD de Scholz. Una de las opciones que se barajan es una reedición de la llamada ‘gran coalición’ entre conservadores y socialdemócratas. De hecho, el propio Scholz fue vicecanciller y ministro de Finanzas con Ángela Merkel como cancillera.
En Francia, se mantiene la incertidumbre sobre el futuro político. En 2024, el país tuvo cuatro primeros ministros y el actual, François Bayrou, está en la cuerda floja y corre el riesgo de ser censurado igual que su predecesor, Michel Barnier. La minoría en la que se encuentra el macronismo en la Asamblea Nacional tras las elecciones del pasado mes de julio, donde la coalición de izquierdas Nuevo Frente Popular logró la mayoría de los escaños por delante de la extrema derecha de Marine Le Pen, contribuirá a que se perpetúe esta situación de inestabilidad mientras el presidente Emmanuel Macron no ceda ante las peticiones de los dos grupos mayoritarios.
Los dos países, históricas locomotoras de la economía europea, están atravesando también graves apuros en sus finanzas. Francia ha registrado en 2024 un déficit público por encima del 6% del PIB y una deuda del 112%. El objetivo de Macron es realizar un ajuste presupuestario de 60.000 millones de euros mediante recortes de gasto y subidas de impuestos, pero su minoría en el legislativo impide su aprobación. Alemania, por su parte, ha cerrado su segundo año en recesión, con un modelo industrial anclado en el pasado que no ha sabido adecuarse a la revolución digital.
Las políticas migratorias van a volver a ser uno de los principales focos informativos este año a ambos lados del Atlántico. «La palabra clave será ‘deportación‘», en opinión de Blanca Garcés, investigadora sénior del área de Migraciones del CIDOB. Trump no se cansa de repetir su intención de llevar a cabo la mayor deportación de la historia y asegura que sacará del país a los 13 millones de inmigrantes irregulares que se estima que viven (y trabajan) en EEUU. Cómo piensa llevar a cabo esta ingente tarea es también una incógnita, pero lo que está claro es que requerirá un esfuerzo económico y de movilización de recursos titánico.
En la UE, los Estados miembros deben prepararse para la implementación, a mediados de 2026, del pacto de migración y asilo aprobado durante la pasada legislatur, que refuerza el control y endurece las condiciones para conceder refugio. Y se ha abierto la veda para la ubicación de centros de internamiento de inmigrantes en terceros países, siguiendo la estela del acuerdo del Gobierno de Giorgia Meloni con Albania. La justicia italiana ha suspendido los traslados de migrantes por el momento, pero en Bruselas este modelo es visto con buenos ojos. De hecho, esta política de externalización de las fronteras comunitarias no es nueva; solo es necesario echar la vista atrás y recordar los acuerdos con países de dudosa calidad democrática como Marruecos, Túnez, Libia o Turquía. «Veremos repetirse las viejas dinámicas», explicó Garcés, tras hacer hincapié en la «intensificación del fracaso estrepitoso del derecho internacional» y en apuntar a la UE como origen de la actual crisis migratoria.
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