Nicolás Maduro promete una «revolución permanente» pero lo más permanente que ha tenido Venezuela es la Navidad: tres meses de celebración. La alcaldesa de Caracas, Carmen Meléndez, encabezó en las vísperas de Nochebuena la entrega de juguetes en 22 parroquias de la capital. «Un gran trabajo para que nuestras niñas y niños estén muy felices». Maduro quiso que las fiestas tengan esta vez no solo una voluntad de entrar en el récord Guinness por su extensión, sino que también acompañen lo que el presidente ha considerado como la superación de la crisis económica. «Podemos decir al mundo que Venezuela es un ejemplo de cómo se derrotan medidas criminales de sanciones y bloqueo. Hemos logrado avanzar por encima de ellas».
El «Balance Preliminar de las Economías de América Latina y el Caribe 2024» de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) ha calculado que el crecimiento del PIB venezolano ha sido en 2024 de un 6,2%, el mayor crecimiento regional, por encima de Paraguay (4,2%) y Brasil (3,2%). Los números coincidieron con los del Banco Central, pero difieren de los analistas económicos, que ubican la mejora entre los cuatro y cinco puntos.
Maduro recordó que el país ha podido avanzar a pesar de haber sido «sometido a más de 930 sanciones criminales que tuvieron un efecto devastador en los ingresos nacionales, en los derechos sociales del pueblo en su vida económica y en satisfacer a su vida diaria». Ahora, después de haber perdido buena parte de los ingresos que provocaron una «hecatombe económica» y un éxodo humano sin precedentes, se ha pasado, según Maduro, de importar el 85% de sus alimentos «al 100% de abastecimiento con la producción nacional».
El Palacio de Miraflores ha activado a su vez «cuatro zonas económicas especiales (ZEE) «ubicadas en distintas regiones estratégicas a los efectos de avanzar hacia un «nuevo modelo pospetrolero» que saque a Venezuela de la absoluta dependencia del crudo y la enorme asimetría económica entre los estados. Esas ZEE buscarán la «diversificación de fuentes de ingresos» y el desarrollo tecnológico y turístico en un país con 51% de pobres.
Futuro con muchas dudas
El optimismo de Maduro no parece guardar relación con los desafíos que se avecinan. Venezuela está regionalmente aislada. Brasil, Colombia, México y Chile, los países que forman parte del bloque progresista latinoamericano, no han reconocido su victoria en las elecciones del 28 de julio. Estados Unidos, en tanto, reconoció a Edmundo González Urrutia como ganador de la contienda y redobló las sanciones contra representantes del Gobierno, militares, funcionarios del Consejo Nacional Electoral (CNE) y el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), que avalaron la controvertida victoria oficial. El todavía secretario de Estado, Antony Blinken, dejó en el aire la posibilidad de nuevas sorpresas, entre ellas eliminar las licencias otorgadas a ciertas compañías, entre ellas Chevron y Repsol, para explotar el hidrocarburo venezolano. Esas participaciones fueron vitales para el despegue económico. Robustecieron las arcas públicas y de esta manera ayudaron a sostener una política antinflacionaria que llevó el coste de la vida al 1% en julio, nada menos que el mes que aparece como parte aguas de la disputa política en ese país.
La asunción de Trump
Los buenos augurios que ofrece el «presidente obrero», como se autodefine Maduro, chocan con una evidencia: diez días después de que inicie su tercer y discutido mandato, el 10 de enero, debe comenzar el segundo de Donald Trump.
La historia reciente informa en principio sobre futuras dificultades. El multimillonario no solo descargó una batería de sanciones contra el Palacio de Miraflores. Fue el primero en respaldar la autoproclamación del diputado Juan Guaidó como «presidente encargado» en enero de 2019. Este apoyo arrastró luego a buena parte de la UE y América Latina. La figura de Guaidó se diluyó en un mar de sospechas de acciones ilícitas. Maduro cantó victoria y retomó las negociaciones con la oposición que le había dado la espalda al «presidente encargado». El Gobierno de Joe Biden acompañó esas tratativas en México con un ablandamiento de las medidas y facilitó la vuelta al suelo venezolano de Chevron para comercializar el petróleo venezolano. Maduro expresó su voluntad de convocar elecciones libres. Ese compromiso se rubricó con la oposición en Barbados. Pero entre las palabras y los hechos comenzó desde octubre de 2023 a trazarse una pronunciada distancia. Primero fue inhabilitada María Corina Machado como candidata del antimadurismo. Luego sucedió lo del 28 de julio, en medio de una dura represión de las protestas contra los resultados.
La negativa del Gobierno a presentar las actas que certificaran su triunfo de manera inapelable suscitó como respuesta el endurecimiento de la Administración Biden. Y ese giro ha sido interpretado como un anticipo de lo que puede suceder a partir del 20 de enero. «Si alguna vez hiciéramos algo con Venezuela no sería de esa forma. Sería ligeramente diferente. Se llamaría una invasión», dijo Trump en mayo de 2020, todavía en el poder y cuando todavía el conflicto interno y bilateral se encontraba en uno de los momentos de mayor combustión. Para algunos analistas, esa palabras fueron apenas un ejercicio de jactancia incumplible. Pero en el mundo actual adquieren otra relevancia.
Muy pocos saben a estas alturas qué lugar ocupará Venezuela en su agenda plagada de desafíos, desde la disputa comercial con China a la invasión rusa en Irak y el drama de Oriente Próximo. Lo que se conoce contribuye a los especialistas a orientarse respecto de los pasos de Washington. Trump ha designado como sustituto de Blinken al senador por Florida Marco Rubio. No solo se trata de un «halcón» del Partido Republicano sino que es hijo de un cubano que emigró en la primera ola a Estados Unidos, cuando la isla marchaba hacia el socialismo. A lo largo de su carrera política, Rubio ha promovido las acciones más drásticas contra La Habana y también, Venezuela y Nicaragua. La designación de Mike Waltz como consejero de Seguridad Nacional es otro indicio de que se avecinan novedades en la política norteamericana respecto de Venezuela. De hecho, el propio Waltz se encuentra entre los que han promovido en el Congreso la llamada Ley Bolívar que prohíbe al Gobierno estadounidense contratar empresas que realicen operaciones comerciales con el madurismo.
Bajo estas circunstancias, la navidad trimestral de Maduro corre el riesgo de ser recordada como una excéntrica anomalía antes del retorno de los peores días.
Suscríbete para seguir leyendo