En un instante, Salem Nasser viaja al pasado. Allí correteaba con sus amigos por las calles de Nabatiye, la principal ciudad del sur del Líbano, ubicada a 13 kilómetros de la frontera con Israel. Al salir de clase, cogían sus bicicletas y recorrían el mercado histórico, con el que crecieron como escenario de sus travesuras. “Estos lugares se convierten en tu historia, tu herencia, tu infancia, tus dulces recuerdos”, confiesa emocionado a EL PERIÓDICO. Ahora vuelven a subirse a la bici, pero nada es igual. De repente, la realidad le golpea y Salem vuelve al presente. “Ahora, mis ojos están llenos de lágrimas y mi corazón está triste”, reconoce. Frente a él, están las ruinas de ese zoco, de decenas de hogares y comercios que explican su infancia. Y su vida. “Éramos niños que jugaban aquí y ahora solo queda destrucción”, lamenta.
Nabatiye es, probablemente, la ciudad más arrasada por los bombardeos israelíes en los dos últimos meses. En el centro histórico de la localidad sureña, la devastación es la norma. “Fue una agresión muy intensa, especialmente en el sur”, denuncia Nasser. “Esta zona ha visto muchas guerras con Israel, pero semejante destrucción no había ocurrido nunca”, dice. “Nunca, nunca”, insiste asombrado. Más allá de la pérdida de los recuerdos personales, aquellos que han podido retornar a Nabatiye en la primera semana de alto el fuego lloran con profundo dolor la desaparición de la historia compartida.
Desaparición de la historia
“Muchos de los edificios que fueron destruidos por Israel, el enemigo sionista, son todos monumentos antiguos como este edificio, que lleva no menos de cien años aquí”, explica, mientras señala todas las edificaciones a su alrededor. “Hay tiendas de más de un siglo, con su historia, sus piedras y sus hermosas antigüedades”, lamenta Nasser. Él mismo ha perdido su comercio en esta zona, donde vendía accesorios para mujer, igual que hicieron su padre y, antes que él, su abuelo. Más de 60 años de negocio familiar pulverizados en segundos por un misil extranjero. Frente a su tienda, hay dos manzanas enteras de escombros. Hace unas semanas, allí estaba el mercado de época otomana, construido en 1910. Más de un siglo de vida y recuerdos demolido.
El brutal ataque a mediados de octubre obligó a los servicios de emergencia a apagar el fuego en 12 edificios residenciales y 40 tiendas. Hoy, los históricos comercios yacen desnudos, con la mitad de sus productos calcinados y los otros expuestos al crudo invierno. Nadie hace ningún intento de reconstruirlos. No es solo que la falta de recursos y financiación sea un obstáculo enorme para lograrlo, sino que no hay por dónde empezar. “El pueblo del Líbano merece algo más que sobrevivir: merece la oportunidad de reconstruir su vida y sus medios de subsistencia, contribuir a sus comunidades y allanar colectivamente el camino hacia una paz y un desarrollo duraderos”, ha dicho Imran Riza, el coordinador humanitario en el Líbano de Naciones Unidas, este miércoles en su visita a Nabatiye.
Muerte de un alcalde
Para los habitantes de esta ciudad libanesa, el corazón vital y comercial del sur del país, será muy difícil recomponerse. El doctor Ali Kansou pasó los 64 días de agresión durmiendo en el hospital Najd, a las afueras de Nabatiye. “La guerra fue muy cruel, los bombardeos no distinguían entre civiles y soldados”, explica a este diario. “Al hospital venían cinco civiles hasta que llegaba un militar, por lo que la mayoría de víctimas fueron civiles y la cantidad de bajas muy grande”, reconoce este anestesista. A sus 64 años, lleva 34 trabajando en el Líbano y necesita más de una mano para contar todas las guerras que ha vivido y curado. “Pero esta fue la peor guerra: el tipo de munición utilizada es nueva para nosotros, igual que la gravedad de las heridas, la mayoría en la cabeza”, añade.
Durante estos dos meses de ataques, más de 3.300 personas han muerto en todo el Líbano. Entre las víctimas mortales se encuentra el alcalde de Nabatiye. A mediados de octubre, un bombardeo contra el complejo de edificios municipales mató a Ahmed Kahil y a 16 personas más, entre las que había otros trabajadores municipales y algunos vecinos que venían a buscar comida como parte del paquete de ayudas que se estaba discutiendo en ese momento en el ayuntamiento. Otras 52 personas resultaron heridas. El primer ministro libanés, Najib Mikati, culpó de esta “agresión deliberada”, el primer ataque directo de la guerra contra la sede de una autoridad civil, a “un mundo que deliberadamente guarda silencio sobre los crímenes de la ocupación [Israel], lo que la alienta a persistir en sus malas acciones y crímenes”.
«El país de la risa y las sonrisas»
“Líbano es un país pacífico, un país de conocimiento, el país de la risa y las sonrisas, es el primer país con cultura”, apunta Nasser en un monólogo de amor a su país que contrasta con el gris que cubre la destrucción a su alrededor. Los únicos puntos de color que destacan entre los escombros de esta población de mayoría chií son las banderas amarillas y verdes de Hizbulá, y los retratos de sus líderes asesinados. Antes de la guerra, unas 40.000 personas vivían en Nabatiye. La gran mayoría huyó de la ciudad en cuanto empezaron a caer las bombas y el Ejército israelí publicó órdenes de evacuación dirigidas a la población civil. Ahora, muchas de ellas han vuelto, aunque sin un lugar donde quedarse.
Salem es uno de ellos. Solo le queda la mitad de su casa en pie. Sus negocios han sido arrasados y su otra casa en los suburbios sureños de Beirut ha desaparecido. “Ahora estamos así, sin ropa, sin casa, teniendo que volver a empezar desde el principio”, lamenta. De momento, Salem duerme en casa de un familiar en la capital. “Se estima que 600.000 desplazados internos están empezando a regresar a sus hogares, y dos tercios de ellos se dirigen al sur y a la gobernación de Nabatiye”, ha dicho Riza. “En el sur y Nabatiye se ha registrado un nivel de destrucción abrumador, con decenas de miles de edificios destruidos parcial o totalmente”, añade. “No volveremos a vivir, aunque si Dios quiere, viviremos para nuestros hijos”, afirma Nasser.
El Estado libanés lleva años en bancarrota y, por eso, Mikati ha hecho un llamamiento a la comunidad internacional para que ayude en la reconstrucción. Gran parte de la población libanesa ya dependía de la ayuda humanitaria desde hace tiempo. Tras la guerra del 2006, los países del Golfo mandaron dinero a raudales para reconstruir el Líbano, pero ahora parece que esta ayuda dependerá de que las corruptas e ineficientes autoridades locales lleven a cabo reformas económicas y políticas para reflotar el país. “Somos un pueblo como el resto de los pueblos de la tierra”, defiende el doctor Kansou. “Queremos paz y queremos estabilidad; no somos terroristas ni fanáticos, solo somos un pueblo que ama la vida”, concluye.
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