Ismael Hernández Chirino sintió un alivio enorme cuando finalmente vio tierra: llevaba ya un rato rogándole al cielo que el ala de tela del planeador que lo mantenía alto sobre el estrecho de Florida no se fuera a desgarrar.
Ya habían pasado casi dos horas desde que Ismael y su amigo* habían escapado de su natal Cuba, y esta era la primera vez que veían algo que no fuera agua, cielo y olas de 4 metros chocando bajo sus pies.
“Nosotros vimos tierra a la hora y 50 minutos de vuelo”, le contó Ismael a BBC Mundo , “seguimos la línea de playa hasta que pude ver el aeropuerto internacional”.
Bajo sus pies finalmente se extendía EE.UU. y el sueño de un futuro en el que la escasez que durante tanto tiempo tuvieron que vivir en la isla, sería apenas un recuerdo.
Ismael y su colega son parte de un éxodo que ha visto llegar al país del norte a más de 425.000 cubanos entre 2022 y 2023, según cifras de la Agencia de Control Fronterizo de EE.UU.
Los analistas aseguran que la ola de migración cubana actual es mayor a la que se vivió en los años 90, durante la llamada “crisis de los balseros”.
Pero Ismael no había llegado en balsa, sino en un planeador para vuelos cortos y aún le faltaba la parte más difícil de su travesía, todavía le faltaba aterrizar.
A pesar de que el compañero de Ismael ha sido identificado en otras publicaciones, en BBC Mundo omitimos su nombre a solicitud de Ismael.
Amor por el vuelo
A pesar de su juventud, Ismael tuvo una gran cantidad de trabajos antes de salir de Cuba: trabajó en la carpintería en la casa de sus papás en La Habana, fue cartonero, soldador.
Pero de todos, el trabajo que más disfrutó fue el que consiguió justo después de graduarse del colegio, con la misión marítima de las tropas guardafronteras de Cuba.
“Yo me gradué del colegio y casi que aprendí a volar estos aviones”, dice Ismael, refiriéndose al ala delta motorizada que usó para llegar a EE.UU. “Nos encargábamos de vigilancia, de revisar que no vinieran cargamentos de droga, solo labores de vigilancia”.
Se trataba de un programa piloto que intentó implementar el gobierno de Cuba usando estas pequeñas aeronaves para apoyar las labores de vigilancia costera.
Ismael explica que el trabajo era un sueño hecho realidad: “Es que realmente debo decir que desde chiquitico yo sé que lo que quiero es volar”.
“De toda la vida. Desde la primera vez que vi un avión. Desde que era un piojo que levantaba un metro del piso. Yo sabía que lo que yo quería era volar”.
El trabajo con la guardia, sin embargo, no duró mucho.
Recortes en el presupuesto hicieron que los ala delta se reemplazaran por otros métodos de vigilancia más económicos e Ismael terminó trabajando en el sector del turismo, como taxista para viajeros locales y extranjeros que llegan a La Habana.
La oportunidad
Ismael cuenta que mientras trabajaba como taxista, conoció a un amigo que estaba involucrado en un nuevo programa que el Club de Aviación -adscrito al Ministerio de Transporte de Cuba- quería implementar para fomentar el turismo: usar los ala delta motorizados para el deleite de los turistas.
«Él me llama y me dice: ‘mira, tú no estás en la lista [del programa] pero allí todo el mundo le tiene miedo al aparatico este. Si tu quieres venir, y poner la cara…’. Y ahí fue que yo salí corriendo».
Habiendo volado las naves antes, Ismael se hizo parte del equipo de pilotos casi de inmediato y empezó a acumular horas de vuelo, experiencia que, sin saber, le iba a terminar siendo indispensable durante su travesía posterior.
La idea de salir de Cuba, cuenta Ismael, surgió casi “de un día para otro”, cuando la crisis económica de la isla empezó a amenazar también al programa del Club de Aviación. La vigilancia de las naves, por ejemplo, empezó a quedar a cargo de cada vez menos personas, dentro de las que estaba incluído Ismael.
“Las últimas dos semanas estábamos solamente mi amigo y yo [cuidando el planeador]. Era como si el conejo estuviera cuidando la zanahoria”.
“Un día yo estaba cuidando el avión cuando mi amigo viene y me dice: ‘Bueno, ¿y qué hacemos?’ Ese mismo día preparamos todo, conseguimos combustible, conseguimos hacer las modificaciones al avioncito para poder llegar y a la mañana siguiente, despegamos”.
Volar, volar
Sin siquiera avisarles a sus familiares, Ismael y su compañero despegaron desde una casa alquilada cerca de La Habana, siendo guiados apenas por el GPS de un teléfono móvil.
Intentando mantener la concentración, Ismael iba vigilando que todas las partes de la gastada aeronave estuvieran funcionando correctamente, pero su cabeza no podía dejar de divagar.
“Me puse muy nervioso, muy tenso en ese momento en el que me di cuenta que solo veía mar y mar y mar, y que no había ni un pedacito de arena donde caer. Y se complica más cuando miras hacia abajo para ver olas de dos y tres metros”.
El 25 de marzo de 2023, después de 1 hora y 50 minutos de vuelo agotador, apareció en el horizonte Cayo Hueso, el punto más al sur de EE.UU. continental. Pero aún faltaba la parte más peligrosa del viaje, aterrizar el planeador en el aeropuerto internacional de Cayo Hueso sin tener comunicación con las autoridades aéreas.
“Hice el acercamiento final y, bueno, la libré porque estaba bastante complicada”, cuenta el joven, aún sorprendido por haber logrado una hazaña que por todos lados se veía imposible.
“Me colé entre dos aviones, uno que entraba y otro que estaba a punto de coger pista. Menos mal me vieron”.
El caos se apoderó de la pista, con agentes del aeropuerto y varias autoridades llegaron a ver lo que había ocurrido.
“Cuando llegué a Cayo Hueso llegaron los bomberos porque se rompió la suspensión del avión y quedó atravesada en la mitad de la pista. Y cuando llegaron los agentes de la frontera me dijeron ‘no me diga, son cubanos’”.
Ismael y su colega fueron puestos bajo disposición de las autoridades migratorias estadounidenses y tuvieron que pasar 6 meses en un centro de detención migratoria.
El 4 de abril, el Club de Aviación publicó un comunicado en el que catalogó la acción como una «violación clara al espacio aéreo cubano», un «robo», y pidió que se le devolviera la aeronave.
BBC Mundo intentó conseguir declaraciones de las autoridades cubanas en referencia al caso pero, hasta el momento de publicación de este artículo, no había obtenido respuesta.
El drama cubano
Cuba viene enfrentando una crisis económica y energética que algunos expertos comparan con el llamado “periodo especial” que se vivió en la isla durante los años 90, con la caída de la Unión Soviética.
Para Ismael, está claro que esa misma fue la razón que lo impulsó a lanzarse a semejante travesía: “Nos íbamos a quedar sin trabajo, ya teníamos una situación complicada porque habíamos invertido todos nuestros ahorros en función de poder volar estos aparaticos con turistas, pero todo apuntaba a que íbamos a tener que cerrar”.
“Estar en la calle, pasar hambre y que nuestra familia pase hambre, eso fue la gota que derramó el vaso”.
Hoy, desde el otro lado del estrecho que tanto trabajo le costó cruzar, Ismael ve las cosas con otros ojos: “De EE.UU. tengo la mejor impresión, los primeros días casi no duermo de ver tantas cosas que nunca pensé que fuera a ver”.
Actualmente vive en Tampa con su novia, y está esperando que se solucionen algunos trámites para poder comenzar a trabajar.
Lo que sí es cierto es que continúa con los ojos puestos en el aire, buscando la posibilidad de trabajar en el sector de la aviación, tratando de recrear esa sensación que tuvo cuando finalmente logró ver Florida en el horizonte.
“Fue casi como sentirme como el rey del mundo, como que todo me ha quedado chiquito. Volar tiene eso, te libera de todo… Te da un punto de vista distinto, te hace sentir que no hay problema que no tenga solución”.
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