Empecemos por la fiesta, ya habrá tiempo de recordar los dramas de aquel 1999. Era la tarde del 24 de octubre, hace exactamente 25 años. Fecha enmarcada en la historia del deporte español. El catalán Àlex Crivillé (Seva, 1970), aquel niño rebelde que había ganado el título de 125cc (1989) con una moto artesanal, obra del genio Antonio Cobas, conquistaba el primer cetro grande, de 500cc, para España en el circuito brasileño de Jacarepaguá, a los mandos de una Honda.
«Solo diré una cosa: fue una fiesta a la altura de la conquista. Si la conquista de ese título, jamás logrado por un español, siempre en manos de norteamericanos y australianos, fue lo nunca visto, la fiesta, con Ángel (Nieto) como maestro de ceremonias, fue a la altura de lo logrado. Yo tuve que cambiarme tres veces de ropa, porque me tiraron tres veces a la piscina», cuenta Santi Hernández, poseedor de 9 títulos mundiales y, entonces, debutante como técnico de suspensiones de ‘Crivi’. «Casi me pongo a llorar el día que me dijeron que era el nuevo técnico de suspensiones de Crivillé, el ídolo de toda mi vida» explica Santi, que, entonces, tenía solo 23 años.
Nieto impidió que Crivillé se fuese a dormir, tras horas de fiesta. El ’12+1′ subió a la habitación 1.105, del 11º piso del hotel Sheraton de Río, despertó a Àlex y entre ambos, al grito de «¡que podemos tirar!», lanzaron por la ventana un sofá, que aterrizó en la piscina
El ‘fiestón’ fue en el hotel Sheraton de Río. El ‘12+1’ decidió que todo el mundo debía acabar en la piscina. Una o varias veces. La barbacoa de celebración, en los jardines del hotel, fue infinita, no solo en carne, también en bebida. A las once de la noche, tras un montón de horas de jolgorio, ‘Crivi’ decidió irse a descansar y se retiró a su habitación, la 1.105, en la planta 11.
A los 10 minutos de haberse ausentado el nuevo campeón, Nieto estaba destrozando la puerta de su habitación con los nudillos y a patadas. Le abrió Crivillé en calzoncillos. «Pero, bueno, Àlex, ¿qué haces en la cama? ¡Eres campeón del mundo! ¡Eres el primer español que lo logra el título grande! Venga, sigamos la fiesta».
«¡Hay que romperlo todo!», gritaba Ángel, que contagió a Àlex de su euforia, dando saltos por la habitación. Tanto, que entre ambos tiraron un sofá por la ventana. «Venga, venga, tiremos el sofá». Por suerte, aterrizó en la piscina. «Venga, venga, Ángel, ¿qué más cosas rompemos?», se puso a gritar Crivillé. «¿El televisor? ¿tiramos el televisor?», gritaba Àlex eufórico. Y, sí, el ‘Nen de Seva’ cogió la tele y, justo cuando la iba a lanzar a la piscina, Nieto gritó: «¡No, no, Àlex, la tele no, que puede estallar!» Y ‘Crivi’ se frenó. Suerte. Solo tuvo que pagar el sofá.
«Fueron tiempos maravillosos, como los que hemos vivido, más tarde, con los títulos de Jorge Lorenzo, Marc Márquez y Joan Mir», recuerda ‘Crivi’, orgulloso de lo protagonizado pero, como siempre, tremendamente modesto. «Àlex no cambiará nunca», señala Hernández, «s un ser maravilloso, antes, durante y después de lograr semejante proeza. Es igual de gentil, cariñoso y amable que siempre. Conservo, como oro en paño, el reloj que nos regaló a todos los miembros del equipo, con una dedicatoria preciosa».
«Àlex es un ser maravilloso, no ha cambiado nada, sigue igual de silencioso, atento y encantador. Aquel año, incluso sin la lesión de Mick Doohan, hubiese ganado el título. Estaba muy, muy, fuerte», señala Santi Hernández, entonces joven técnico de suspensiones del ‘nen de Seva’
Aquel 24 de octubre de 1999, 7.258.000 españoles ¡ojito! al dato, se sentaron frente al televisor para ver como ‘Crivi’, con la muñeca izquierda rota (fractura del hueso pisciforme), lograba acabar sexto en el GP de Brasil y conquistaba un título que se le había puesto cuesta arriba tras fracturarse la mano izquierda enAustralia. «Aún recuerdo cómo le animamos todos, intentando quitarle hierro a la lesión. ¿Quitarle hierro? ¡pero si tenía la mano rota!”, cuenta Xavier Ullate, su mecánico de confianza.
«Yo tenía 6 años y era uno de esos 7.258.000 de españoles que estaba pegado al televisor», cuenta Marc Márquez. «Yo ya quería ser como ‘Crivi’. Mis ídolos fueron Àlex, Mick y Valentino. Yo quería ser como esos que salían en la tele y acariciaban el asfalto a 300 kms/h. Mis primeros recuerdos de las motos son los duelos Crivi-Doohan. Fue ‘Crivi’ quien nos abrió las puertas de un mundo que creíamos que no era para los españoles: la categoría reina».
La historia de ese año triunfal, único o casi, tiene un fácil resumen. El australiano Mick Doohan, ganador de los cinco títulos anteriores, compartía boxe, en Honda, con Crivillé. Y, en la tercera carrera del año (Jerez), Doohan sufrió una caída tremenda, a 190 kms/h., en la curva 3 de Jerez, rompiéndoselo todo: muñeca izquierda, pierna derecha, clavícula izquierda y herida abierta en el hombro izquierdo. Ya no volvería a correr.
«Sé que todo el mundo habla de que Àlex fue campeón porque Mick se lesionó ¡ni hablar!», dicen al unísono el francés Gilles Bigot, su técnico, Hernández y Ullate, el corazón de aquel equipo. “’Crivi’ aquel año estaba que se salía y hubiese ganado el título sí o sí, con o sin la lesión de Doohan. Es más, Mick se hizo daño porque Àlex le estaba ya pisando los talones», insisten Santi Hernández.
«Yo tenía 6 años y estaba pegado al televisor. ‘Crivi’ era mi ídolo. Yo quería ser como ‘Crivi’. Su triunfo, en Brasil, nos abrió las puertas de la máxima categoría a los demás», afirma Marc Márquez, que fue, en efecto, uno de los 7.258.000 telespectadores que tuvo aquel triunfo
«Lo que sí puedo decir es que la noche en que se lesiona Mick, los responsables del equipo le dicen a Àlex que ‘es tu momento, debes ganar el título tú’. Yo jamás había visto en mi vida tanta presión sobre un piloto, nunca». Es más, a Jerez habían llegado cilindros, culatas y tubos de escapa nuevos, solo para Doohan y esa misma noche los montaron ya en la Honda de Crivillé. Pasaba a ser el nº 1 de la fábrica alada y, por tanto, el heredero del material de Doohan.
Àlex estuvo peleándose todo el año con Kenny Roberts Jr. (Suzuki), Tadayuki Okada (Honda) y Max Biaggi (Yamaha). Siempre estuvo delante pero, en Australia, se rompió la muñeca izquierda, a falta de cuatro carreras. «Vi perdido el Mundial, sí, el dolor que sentía era terrible», reconoce Àlex. «Su cara, cuando regresó de la Clínica Móvil, era todo un poema y, sin embargo, todos, todos, le dijimos que lo iba a lograr. No sabíamos cómo, pero estábamos convencido de que se coronaría rey de 500cc», cuenta Ullate.
Salvó los papeles en Suráfrica (3º) y, en Brasil, acabó sexto (le valía ser 10º) para lograr el título, tirar a todos a la piscina del Sheraton y hacer volar un sofá.
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