No me acuerdo qué partido era. Pero juro que yo, que soy un desmemoriado, sí me acuerdo que era el viejo Sarria, el estadio del RCD Espanyol. Era un domingo de 1970. Yo tenía 18 años y, como siempre, formaba parte del numeroso séquito de monstruos del fotoperiodismo deportivo, incluidos, claro, papá Pérez de Rozas, el tío Kike y, cómo, no papá Campañà. Yo era el monaguillo.
Solíamos aparecer sobre el césped repitiendo, poco antes de que empezase el partido, repitiendo el recorrido de los futbolistas, portando nuestra Leica M3 con un 135mm y, por descontado, una gran almohadilla, con el nombre de cada uno de nosotros en un lado.
Los minutos que faltaban para que empezase el partido, los utilizábamos, cómo no, para comentar la jugada de nuestras vidas y, por supuesto, hablar de la profesión…de fotógrafo, la más vilipendiada de la historia del periodismo.
Pero, eso sí, mientras la pléyade de retratistas apuraban el último cigarrillo (papá su retorcido caliqueño, que apestaba), todo el mundo le preguntábamos a Campañà cómo había quedado ‘el niño’ en el descenso de la Copa del Mundo de ese domingo.
‘El niño’, que tenía 24 años, era este grandote Antonio Campañà, júnior, hijo, para mí Campañà a secas como todos los Pérez de Rozas éramos, solo, Pérez de Rozas. Pues bien, ‘el niño’, que tenía pendiente de sus suicidas descensos a toda la profesión (“me he caído y hecho daño en todas las pistas del mundo”), acaba de publicar un libro delicioso, maravilloso (‘Els Campañà i el Barça’) con unas fotos escalofriantes, inéditas el 75% de ellas, curiosas, periodísticas, únicas, claro, que son el mejor resumen de cuando los fotoperiodistas eran, eso, fotoperiodistas.
Aquel día, aquel domingo, papá Campañà estaba eufórico. ‘El niño’ había acabado el 20º en el descenso de Sasslong de Val Gardena, el mejor resultado de un español en la historia. “Y eso, amigo, entre cinco franceses, cinco alemanes, cinco austriacos, cinco suizos y cuatro italianos, fue la releche”, me cuenta Antonio, que está más que agradecido a un tipo valiente (demasiado) como Santiago Sobrequés, editor de esta joya, Arnau González y Toni Monné, que se han encargado del resto, es decir, de todo.
Antonio Campañà ha recogido, en un libro esplendoroso, más de 600 imágenes de la historia del FCBarcelona. Parte de su padre, uno de los grandes pioneros de la fotografía deportiva, y parte suyas, cuando trabajó para ‘Dicen…’ y ‘Sport’. Una pura delicia.
Sé que están comprando los regalos de Reyes. Háganme caso, compren este libro, regalen este libro, quien lo reciba se va a volver loco. Verá más de 600 fotografías donde, no solo están reflejados (casi) los 125 años del Barça, es la vida de un país, es la otra dimensión del fútbol. Y, sobre todo, es la prueba más real e histórica de cómo ha evolucionado la fotografía.
“Nosotros y nuestros padres, Emilio, sus colegas”, comentamos con Antonio, un hermano más, porque yo soy tan Campañà como él Pérez de Rozas, “trabajábamos para el día a día, para la portada del Dicen…, del Sport, de La Vanguardia. Los fotógrafos de aquella época no trabajábamos para la historia, trabajábamos para el instante. Por eso nuestros archivos, que son únicos, históricos, están tan dejados de la mano de Dios, porque ni los papás ni nosotros creímos nunca que nuestro material sería trascendental en el tiempo, explicaría la historia de nuestro mundo”.
Tal cual. Acabada la jornada de los Campañà, alguien cogía los rollos de Kodak Plus y Tri-X que habían hecho ese día, hacían un rollo con ellos y les ponían la fecha. Y los guardaban en un cajón, que ponía ENERO 1972. A lo sumo. “Nosotros no éramos artistas, nosotros éramos artesanos. Unos señores que trabajábamos 24 horas al dia 365 días del año. Gente a la que no le tocaba el Gordo de Navidad y, encima, tenía que ir a hacer las fotos de los premiados, ducharse con el cava de los demás, para la portada del día siguiente”.
Eso sí, éramos una secta, una tribu, colegas, compañeros, amigos, socios. Por eso, en esta magnífica obra, Antonio ha querido rendir homenaje a sus compañeros de profesión. Por eso salimos un montón de ellos. Una delicia, la verdad. “Han pasado los años, Emilio, las décadas, y los plumillas, los redactores, si les da la gana, ni siquiera tienen necesidad de ir al campo, a la pista, al circuito. Lo ven por la tele y escriben la crónica, incluso desde casa”.
«Nosotros, Emilio, no éramos artistas, éramos artesanos, unos señores que sabíamos enfocar rápido, estar en el sitio en el momento adecuado y tener el instinto, la intuición, el tacto, el dedo para disparar justo en el instante preciso para captar la imagen que intuíamos»
“Nosotros, no, Emilio”, sigue reflexionando Antonio, con cero acritud, “nosotros, aunque seguimos siendo los últimos monos de la redacción ¿te acuerdas cómo llaman al fotógrafo de ‘Lou Grant’, la mejor serie de televisión sobre periodistas? ¡Animal, sí, Animal! Pues eso, ese ‘animal’ sí tiene que estar en el campo. Seguimos siendo imprescindibles. Nosotros aún no podemos hacer las fotos desde casa, aunque igual algún día llega esa posibilidad”.
Cuando Campañà habla de los fotoperiodistas se refiere a esos tipos, algunos con indumentarios bien curiosas, que están en la calle, que van a los sitios, que huelen la noticia, que intuyen donde está la foto y que, como nos enseñó nuestro padre, “disparábamos por instinto, por intuición, sin saber si teníamos o no la imagen que queríamos, que perseguíamos, que creímos adivinar en el visor de nuestra cámara”.
“Luego”, sigue contando este artesano feliz, “cuando llegábamos al diario, nos metíamos en el laboratorio y descubríamos que sí la teníamos, nos llevábamos un alegrón tremendo y corríamos al despacho del director, fuese Julián Mir, Juan José Castillo, José María Casanovas o Miguel Rico y gritábamos ¡salvados! ¡la tengo!”. “Las fotos nos han salvado el 70% de nuestras portadas”, afirma, sabedor de lo que dice, Miguel Rico.
Los fotógrafos de ahora, los fotoperiodistas actuales, no hacen fotos, hacen video y, luego, cuando repasan la tarjeta con miles y miles de imágenes, detienen la secuencia, la acción, donde quieren. Es la foto perfecta, ya. Mágico video. “Nosotros disparábamos, a lo sumo, dos rollos de Kodak Tri-X por partido: 72 fotos. Debíamos escoger el instante con mucho mimo. Ahora, la última cámara Sony Alpha 9 III dispara 120 imágenes ¡al segundo! ¡al segundo, Emilio!”
«Los que hacíamos fotos, una a una, con rollos de solo 36 imágenes, éramos nosotros. Los fotógrafos de ahora hacen video, con cámaras que registran 120 imágenes por segundo ¡120 imágenes por segundo! y, luego, escogen la mejor en el ordenador»
No criticamos nada, relatamos algo que la gente ignora. No defendemos el pasado, lo analógico y manual por lo digital y automático. No. Solo decimos que el dedo, el instinto, el olfato, la inspiración, la intuición, era, entonces, el alma de la fotografía. Ahora, todo el mundo hace fotos maravillosas…con el móvil.
Y, encima, entonces, debías tener una gran pericia para enfocar al instante. Ahora, todas las cámaras enfocan solas. Tú solo tienes que perseguir al deportista y mantener apretado el dedo para captar 120 imágenes por segundo y, luego, escoger la que más te guste. Antes, entre 36 imágenes; ahora, entre miles.