Ocho cirugías en la rodilla, una prótesis de titanio en la cadera, una muñeca destrozada… Suena a parte de guerra, pero simplemente son las secuelas de intentar seguir el ritmo a los tres mejores tenistas de la historia. A nadie se le escapa a estas alturas, ahora que llegan a su ocaso, que Novak Djokovic, Rafa Nadal y Roger Federer llevaron al tenis a otra dimensión. En el juego, en lo que se refiere a los resultados, pero también en lo físico, trasladando la exigencia en su deporte varios puntos más allá de donde lo recogieron en sus inicios.
Lo hicieron a costa de exprimir sus cuerpos hasta la extenuación, no había otra manera. De hecho, tanto Federer como recientemente Nadal se han marchado reconociendo que dejaban el deporte profesional porque «el cuerpo no quiere», en un claro eufemismo de que no puede más. Djokovic, por su parte, ha sido el más afortunado en ese sentido. Aunque no se ha librado de los reveses, el serbio los ha sufrido menos gracias en gran parte a su hiperlaxa fisionomía.
Pero si ellos han exprimido sus cuerpos, más han forzado a hacerlo a sus rivales, menos privilegiados en el aspecto físico que los suyos, a la vista de cómo han acabado todos aquellos que osaron retarles en algún momento de sus carreras. Durante el apogeo del ‘Big Three’, de 2008 (ya habían ganado los tres al menos un Grand Slam) hasta la irrupción de Carlos Alcaraz y Jannik Sinner, solo cinco tenistas más cataron metal de Grand Slam. Y todos ellos, parece más causalidad que casualidad, han protagonizado ocasos de carrera alejados de los focos y con grandes problemas.
Ganar grandes al ‘Bisg Three’ cuesta salud
Andy Murray, Stan Wawrinka, Juan Martín del Potro, Dominic Thiem y Marin Cilic. Todos ellos, excepto el croata, aparecieron en el circuito como candidatos más que plausibles a mirar a los ojos a los tres monstruos del tenis, y todos ellos han acabado de la misma manera: con lesiones que no solo les han forzado a penar por el circuito durante años, si no que se han vuelvo en mayor o menor medida en incapacitantes para su día a día fuera del tenis.
Murray fue, quizás, el mayor ejemplo de esta deriva. El escocés fue el que más cerca estuvo de los tres colosos, llegándose a ganar por momentos ampliar el sobrenombre a ‘Big 4’. Ganó tres Grand Slams entre 2012 y 2016 (dos Wimbledon y US Open) y llegó a ser 41 semanas número uno, acabando con 666 semanas seguidas de dominio de sus tres rivales. Pero a partir de ese año, su mejor temporada en el circuito, en la que también alcanzó el oro olímpico, su cuerpo dijo basta. Con solo 30 años, dejó de poder competir contra la élite, en gran medida por una cadera que le martirizó y que fue el inicio de todos sus males.
En 2017 comenzó con molestias en la cadera derecha que le hicieron perder el año. Le fue diagnosticado un pinzamiento de cadera, un choque femoroacetabular, que le obligó a pasar por quirófano en enero de 2018 para, mediante una artroscopia de cadera, eliminar la causa de las molestias que le impedían rendir al máximo nivel. El tratamiento consistía en una artroscopia de cadera antes de que iniciara la artrosis, pero para Murray la artroscopia llegó muy tarde.
Con el desgaste del cartílago articular, la artrosis de cadera que ya presentaba le impidió volver a competir como antes y entre lágrimas anunció en enero de 2019 que abandonaba el tenis. Ese mismo mes era operado para poner una prótesis de cadera tipo resurfacing o de recubrimiento, que le quitó de la cabeza la idea de la retirada, pero que a cambio no le dejó volver a ser el mismo.
«Me cambió la vida»
«Llevo 11 años con dolores en la espalda desde hace algún tiempo, tengo pérdida de potencia en mi pierna derecha, pérdida de control, no tenía cordinación, no podía moverme», confesaba el pasado verano Murray, poco antes de anunciar su retirada. «Los últimos años han sido duros, muy duros para el cuerpo. Físicamente ha sido duro. Muchos días no ha sido muy divertido ir a entrenar y todo eso. He intentado superarlo y encontrar la manera de saltar a pista y competir a este nivel, pero el tenis es un deporte muy, muy duro», reconocía el británico, que desde la operación de cadera nunca llegó a estar ni cerca de volver a ser competitivo en la élite.
Pasó de ser un fijo en el top-20 durante más de una década, con la mayoría de años entre los cinco mejores, a ni acercarse. «Me cambió la vida», explicó recientemente, congratulándose de simplemente haber podido «volver a jugar al tenis y hacer cosas normales con mis hijos sin tener un dolor constante, todo el rato». No es poca cosa para lo que pintaba, aunque el campeón que fue quedara desvanecido por el camino.
No puede decir lo mismo, al menos por ahora, Juan Martín del Potro, cuyo testimonio es aún más crudo desgarrador que el de Murray. El argentino, que emergió con la fuerza inusidatada de la que para muchos ha sido la mejor derecha del tenis, se quedó en uno de los mayores ‘y si’ de la historia. Porque Delpo fue, lo que pudo y le permitió su cuerpo, muy bueno. De los mejores en su momento. Pero las lesiones que le asolaron no le permitieron llevar su juego al siguiente nivel, frenándole hasta el punto de dejar en el imaginario de la gente si hubiera podido ser ese tenista capaz de hacer frente y dinamitar el periodo de tiranía del ‘Big Three’.
Y no solo eso, si no convirtiendo su vida más allá del tenis en una tortura diaria. El gigante de Tandil, que llegó a conquistar el US Open en una batalla épica de cinco sets con Federer en 2009, empezó al año siguiente con una lesión en la muñeca que le obligó a pasar por quirófano varias veces. Se repuso, llegando a conquistar dos medallas olímpicas en los Juegos de 2012 y 2016, pero los esfuerzos y ese cuerpo de más de dos metros llevado al límite acabó por quebrar.
La rodilla que frenó al gigante de Tandil
Lo hizo por la rodilla. Esa que ha dejado a la que para muchos ha sido la derecha más destructora que ha dado con el tenis con un bagaje de apenas un Grand Slam, además de una Copa Davis con Argentina. Pero que, lo que es peor aún, le ha trastocado en su día a día hasta no darle opción de tener una vida normal.
«La rodilla siento que me ganó: me operé ocho veces con médicos por todo el mundo, gastando una fortuna. Me metieron una aguja de 30 o 40 centímetros en el medio del fémur buscando bloquearme nervios sin anestesia porque el doctor tenía que saber si me había hecho un buen bloqueo o no de acuerdo a lo que yo sentía. Entonces no me podía anestesiar. Y yo gritando, saltando en la camilla, sufriendo de dolor para que me diga ‘Dale, probá, que esta funcionó’. Y yo hacía tac y me dolía. Y así una detrás de otra», explicó es un desgarrador post de Instagram antes de su partido de retirada frente a Djokovic la pasada semana.
«Debo tener más de 100 inyecciones entre la pierna, la cadera y la espalda. Me infiltraron, me sacaron, me analizaron, me quemaron nervios, me bloquearon tendones… Es un sufrimiento que tengo a diario», expresa Del Potro, que lamenta las consecuencias que eso ha tenido en su día a día. «Mi vida cotidiana no es la que yo deseo. Yo era un tipo muy activo que le gustaba hacer deporte, no solo jugar al tenis. Ahora me invitan a jugar al fútbol y soy el que lleva el mate y se sienta fuera. O van a jugar al pádel y hago los videítos. Para mí es terrible», reconoció en crudo un Del Potro que ya está concienciado de que su futuro, antes o después, pasará por el camino de la prótesis como el propio Murray.
El prematura adios de Thiem
No llegará, o al menos no lo parece, hasta ese punto Dominic Thiem, pero también ha sufrido de lo lindo en los últimos años hasta tomar la decisión de renunciar a todo este verano. En el verano de 2021, jugando el ATP 250 de Mallorca para coger ritmo para la gira de hierba, el austriaco sintió un dolor punzante en su muñeca derecha y en ese instante, aunque él no lo podía saber, su vida como tenista de máximo nivel se acabó. Un desgarro en un tendón le apartó de la carrera con apenas 27 años, cuando lo mejor estaba por llegar.
Thiem venía de ganar el US Open, su único Grand Slam, apenas unos meses antes. También contaba en su bagaje dos finales en Roland Garros (2019 y 2018, ambas perdidas ante Nadal) y una en el Open de Australia (2020). Fue el número tres del mundo en una era en la que el Big Three todavía ganaba casi todos los títulos importantes.
Como habían hecho antes Murray o Del Potro, Thiem consiguió tumbar a los tres monstruos del tenis en varias ocasiones y se postuló como uno de los pocos tenistas que podía hacer frente a la hegemonía de los tres. De hecho, es junto a Murray el único jugador con al menos cinco triunfos ante cada uno de los miembros de ellos.
Pero cuando llegaba su hora, la muñeca le dejó tirado. Ese brazo no aguantó el ritmo que era necesario para hacer frente a sus rivales, y dijo basta. Y aunque Thiem lo intentó durante tres años, ya no volvió a ser lo mismo, llevándole a hundirse en el ránking y a tomar la decisión de apartarse del tenis de forma prematura, con apenas 30 años.
Wawrinka, el único en pie… a duras penas
“Voy a acabar mi carrera al final de esta temporada. Hay varias razones detrás. La primera, por supuesto, mi muñeca, que no está como debería estar, y no está cómo yo quisiera que estuviera. La segunda razón es mi sensación interna, llevo pensando en esta decisión durante mucho tiempo”, explicó en el anuncio de su retirada, dando a entender que los esfuerzos diarios no merecían la pena si no era capaz de ser competitivo.
Los tres han dicho adiós al circuito en este 2024, dejando al suizo Stan Wawrinka solo como representante de aquellos que algún día osaron doblegar a los tres mejores tenistas de la historia durante su apogeo. Aunque también a duras penas, lejos del nivel que le llevó a ganar tres Grand Slams y a ser número tres del mundo, el que seguramente es el mejor revés a una mano sigue en la batalla por volver a un nivel al que ya no pudieron asomarse sus coetáneos. Quizás 2025 sea su última oportunidad.