Carolina Marín, dolor y escalofrío olímpico de todo un país


Eran las 10.30 horas del primer domingo de agosto, tiempo de estar bajando a la playa o de dar un paseo por el pueblo de tu madre que sirve de fresco refugio frente al calor. O, qué demonios, de seguir en la cama, sea por la verbena del día anterior o, sencillamente, para curar el sueño acumulado de tantos meses de trabajo y madrugones. Era hora para casi todo. Menos para sentir, en cuerpo ajeno, el de Carolina Marín, un dolor insoportable.

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