No era difícil intuirlo, pero ya hay en la junta directiva del Barça quien tuerce el morro cuando habla de Hansi Flick. Que si hace los cambios al tuntún, que si no ha sabido gestionar bien los esfuerzos, que si no tiene plan B (ésta es un clásico), que si De Jong cobra mucho para estar calentando silla, que si aquello de la trampa del fuera del juego tiene ya el mismo efecto que el que monta una mesa de trilero del Ikea en plena Rambla… Porque, claro, siempre resulta más fácil señalar hacia abajo que hacia arriba. Hacia abajo se mira para blasfemar, hacia arriba, para aplaudir. Y allí, aposentado en su atalaya, Joan Laporta va camino de cumplir cuatro años de una segunda era cuyo único hilo argumental no ha sido la precipitación, sino la imprudencia. No sería lo mismo.
Laporta, convertido en Marco Polo en sus ratos libres en busca de viandas, un presidente que se molesta cuando no tiene quien le consiga un buen habano que le ayude a templar el ánimo, está llevando a cabo una gestión de club temeraria. Un plan de gobierno que, más allá de que los equipos deportivos jueguen mejor o peor (la progresiva decaída del equipo de baloncesto es también dolorosa), provoca daños estructurales que acaban afectando a buena parte de las áreas del club. Para muestra, que Dani Olmo, el fichaje capital del pasado verano, tenga que esperar a que un juez priorice su derecho a trabajar por encima del sistemático incumplimiento de las normas financieras por parte de una entidad que le prometió que nunca habría problemas con su ficha.
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Florentino Pérez, sin que nadie le haga cosquillas, faltaría más, allana el camino para convertir al Real Madrid en sociedad anónima. Laporta se maneja mejor en el populismo que en el poder. Por ello sigue buscando la manera de continuar troceando el escudo, cada vez en pedazos más pequeños. Sin tener en cuenta que el club es cada vez más pobre, mientras los caníbales de la industria -y aquí no entra solo el intermediario Darren Dein– son cada vez más ricos.
En la última asamblea telemática, un puñado compromisarios aprobó el acuerdo con Nike sin rechistar. Sí, los socios no tienen derecho a conocer las cifras porque las cláusulas de confidencialidad son también para los presuntos dueños del club. Entonces, mientras había quien replicaba a la directiva que nadie tuviera ni puñetera idea de cuándo volverá el equipo a jugar en el Camp Nou, Joan Gaspart, antes más ‘nuñista’ que Núñez y ahora más ‘laportista’ que Laporta, soltó: «Presidente, no te lo mereces».
Laporta, que hace y deshace al ver que nada le afecta, recogió el guante: «Quien nos quiera desanimar o desilusionar, lo tiene mal».
Cuánta razón tiene el presidente.
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