Cuando Sorloth, un suplente, conectaba el disparo en el tiempo añadido que daba el triunfo y el liderato al Atlético (minuto 95 y 36 segundos) provocó un efecto dominó en la mayoría de los jugadores del Barça. Iban cayendo, uno a uno, por el césped de Montjuïc. Desparramándose abatidos y frustrados. Balde, Pedri, Koundé, Cubarsí…
La lista se hacía cada vez más amplia porque ese gol obró un efecto devastador para cerrar la primera vuelta de la Liga. Una vuelta con Flick dos Ligas (la primera casi perfecta, con 33 puntos de 36 posibles; la segunda sumergida en una peligrosa involución, con solo cinco puntos de 21) en las que el Barça ha perdido el control del campeonato.Ya no manda, va por detrás del Atlético y expuesto a quedarse incluso a seis puntos.
Montjuïc se vació de repente. En la montaña olímpica solo se oían los gritos de los aficionados del Atlético, que convirtieron ese recinto que no vivió su mejor entrada en el partido más importante de la Liga -fue la sexta- en un pequeño mini Calderón. Y Flick, que cumplía su segundo y último partido de sanción («ha sido terrible no poder estar en el banquillo, es algo que no me había pasado nunca, fue injusto y tengo que manejar esto», confesó), cerraba el fin de una primera vuelta de la Liga contradictoria.
Anidan muchos sentimientos. Por un lado, la sensación de estar asistiendo al nacimiento de algo prometedor, con Lamine Yamal como bandera, junto a Pau Cubarsí, Marc Casadó, teniendo el faro futbolístico de Pedri, con un estilo de juego mucho más eléctrico y vertical, atrevido, rozando a veces la inconsciencia propia de tanta juventud. Ese entusiamo se frena con la aparición de viejos vicios que lastran y retrasan ese crecimiento de un Barça juvenil y divertido. Divertido en el acierto y, por supuesto, en el error.
Llenó de esperanza e ilusión al culé el equipo de Flick con un arranque descomunal firmando 11 victorias y dejando solo una derrota, la de Pamplona ante Osasuna. Era el mismo equipo que tenía Xavi la pasada temporada más Dani Olmo y Pau Víctor. Y, de pronto, tras el 0-4 del Bernabéu, su obra cumbre junto al 4-1 al Bayern, el Barça se colapsó entrando en una caída a la que no se adivina fin porque pierde de todas las maneras posibles encadenando tres derrotas consecutivas en casa, algo nunca visto en casi 60 años.
La última vez ocurrió en noviembre de 1965. Cae cuando juega mal (Las Palmas), cae cuando se relaja y se toma el partido como un estorbo (Leganés) y cae, además, cuando juega bien (Atlético) justo la noche en que se reencontraba consigo mismo sin reparar en que no tenía al lesionado Lamine Yamal. Una noche en la que retomó el hilo del juego, pero no de la eficacia. Ni tampoco del control de los partidos.
“Perder nuevo puntos en casa no es normal, pero volveremos. ¡Seguro!”, explicó con energía Flick, a quien no se esperaba en la sala de prensa porque hace una semana había delegado en Marcus Sorg, su ayudante, para dar las explicaciones. No compareció tras el 0-1 del Leganés, pero sí lo hizo tras el 1-2 del Atlético, consciente el técnico alemán de que se necesitaba escuchar su voz en tiempos de zozobra, impactado el barcelonismo por ese gol de Sorloth que premió al cholismo en su máxima expresión.
«Es inexplicable,es fallo nuestro. Teníamos el partido en nuestras manos y lo hemos desaprovechado. Estamos jodidos»
«Tenemos que jugar más inteligentemente, aprender sobre ciertas situaciones», recalcó Flick, a quien la gestión de los dos goles del Atlético le traía torturado en el plano táctico. En el 1-1, Marc Casadó, que vivió su peor noche desde que subió al primer equipo, se convirtió de manera involuntaria en el asistente perfecto para Rodrigo de Paul. Y en el 1-2, una mala decisión de Raphinha -quiso jugar un balón por abajo cuando todos sus compañeros, incluido Iñigo Martínez, el central, esperaban una pelota aérea- fue el origen del contragolpe perfecto que acabó con Sorloth enviando al césped a la mayoría de jugadores azulgranas.
«Es inexplicable,es fallo nuestro. Teníamos el partido en nuestras manos y lo hemos desaprovechado. Estamos jodidos», confesó Pau Cubras, un adolescente que juega (y habla) como un veterano. “Es una derrota muy dura, hemos tenido ocasiones para cerrar el partido y cuando no lo cierras pasa lo que pasa…”, argumentó Pedri, convertido ya en mucho más que el líder futbolístico de este Barça en el que conviven dos rastros.
El equipo exultante, alegre, fiable, solvente y eficaz (40 goles marcados en 12 partidos) tras el que se esconde el equipo irregular, sin puntería (11 tantos en siete encuentros) y frágil de mente y de piernas. «Nos cogen en esa contra en la que tenemos que ser más listos y no descubrirnos tanto», admitió el centrocampista canario poniendo el foco en el verdadero problema que lastra el crecimiento del Barça.
«Nos cogen en esa contra en la que tenemos que ser más listos y no descubrirnos tanto»
No gana el Barça ni cuando juega bien. «Hemos jugado un partido brillante, este es el estilo que quiero ver. Estoy muy orgulloso de mi equipo», proclamo Flick con sinceridad intentando mantener el equilibrio emocional dentro de un Barça volcánico, que transmite sensaciones repletas de contradicciones. No sabe si lo irreal fue ese rendimiento inicial. O lo irreal resulta esta caída, sobre todo en casa, simbolizada en el rostro mustío y apesadumbrado de Lewandowski, el goleador que ya no golea.
Al final, todo queda simplificado en el gobierno de las áreas. Y el Barça de Flick, letal y sólido atrás en ese sprint increíble de las 12 primeras jornadas, es ahora un equipo que se ha frenado en seco porque ha encajado en esta primera vuelta de la temporada las mismas derrotas (cinco) que Xavi en todo el curso pasado.