Unas horas después de que Joan Laporta fuera el dueño y señor de los fastos del 125 aniversario y se hartara a llorar en un lugar tan imponente como el Liceu, el barcelonismo se encontró con un bofetón nada romántico. El equipo de Flick confirmó su progresiva desfiguración con un derrumbe ante Las Palmas sólo interpretable a partir de la caída en Anoeta y el empate en Balaídos. Sumar un punto de nueve, con la grada de animación cerrada y ocupada por peñistas, y los jugadores mostrando síntomas de agotamiento –más psíquico que físico–, no indica nada bueno.
A veces no es necesario recrearse con lo que sucede dentro del rectángulo de juego. Basta con girar la cabeza y apreciar los gestos de quienes están fuera para interpretar la escena. Hansi Flick, de negro sepulturero, se desplomó en su butaca del banquillo en el minuto 32, aún con el 0-0- Resopló. Se puso las manos en la cara y sus ayudantes, que lo conocen demasiado, prefirieron no decir nada que pudiera distorsionar un tormento que prefería vivir en soledad. Después de tomar aire, algo más de dos minutos después, volvió a levantar el trasero del asiento para acercarse a la banda. Así trataba de entender por qué sus jugadores, que deambulaban lentos por un valle de la muerte, se enredaban en la telaraña de ayudas dispuesta por Diego Martínez.
Otra vez sin Lamine Yamal en el once titular, con Dani Olmo en el banco ante el riesgo de forzarlo demasiado, y con Casadó sancionado, el equipo azulgrana –y esta vez con pantalón blanco– no lograba encontrar la continuidad y la orientación adecuada.
Gavi intentaba imponer su propio ritmo como mediocentro, pero él necesita rock and roll, no un desempeño tan posicional. Perdió pelotas, sí, pero sobre todo la brújula. Raphinha se quedaba con la banda derecha de Lamine, aunque, ante los primeros problemas, reclamara su regreso al flanco zurdo. Y como falso extremo izquierdo se ubicaba esta vez Pablo Torre, bienintencionado, aunque sin encontrar los apoyos adecuados en las zonas interiores y sin las características propias de quien juega arrimado a la banda.
Fermín, que formaba la zona ancha junto a Gavi y Pedri –éste había momentos que se detenía y agitaba la mano reclamando a sus compañeros más movilidad–, no dirigía bien la bota. El portero Cillessen, excelente toda la tarde, le paró un disparo con los pies después de una buena asistencia de Pablo Torre. Aunque fue más claro el remate que le sacó el exmeta neerlandés del Barça a Pedri, que Raphinha después embocó, aunque en fuera de juego. El propio brasileño acabó el primer acto disparando al larguero, pero no fue el preámbulo de nada.
Por entonces, el Barça ya penaba el mal trago de Balde. A la media hora, Sandro le bloqueó e hizo impactar su hombro contra la tráquea del carrilero azulgrana, que ni siquiera fue capaz de ponerse en pie de lo mareado que estaba. En su lugar entró Gerard Martín, siendo la sustitución extra al tratarse de una conmoción cerebral.
Sombrío
Los cambios en el bando barcelonista ya se amontonaron en el segundo acto ante lo empinada de la cuesta. Lamine Yamal asomó tras el descanso por Pablo Torre, pero ni así evitó el Barça que Las Palmas se le subiera a las barbas. Gobernado por un futbolista de pie excelente como Javi Muñoz, los canarios dibujaron la transición perfecta ante los boquetes abiertos entre las líneas azulgrana. Sandro, que en su carrera ha jugado en nueve equipos diferentes –siendo el primero el Barça, donde le hizo debutar Luis Enrique–, se dio el gustazo de marcar en Montjuïc con un remate cruzado impecable.
Flick respondió rescatando al sombrío De Jong, Héctor Fort, muy blando a campo abierto en el 1-2 de Fábio Silva, y un envalentonado Ferran Torres. Viendo que a Lewandowski se lo había tragado la tierra, Raphinha decidió jugar solo. Marcó el momentáneo empate con un zurdazo desde fuera del área. Pero, después de que Las Palmas volviera a avanzarse, Cillessen le cerró la puerta definitivamente.
Aquel revolucionario Barça que abrumó al Bayern y al Madrid se ha quedado de repente sin sangre.