En uno de los descampados que rodean el Estadi Olímpic Lluís Companys hay montada una carpa de feria. Iluminada con luces que disimulan las arrugas, pero nunca el dinero, un puñado de invitados degustaban algún cóctel mientras Bing Crosby le daba a los villancicos con su White Christmas. Es de suponer que quienes allí estaban, clientes e invitados de una industria del fútbol cada vez más impersonal, luego cruzarían la carretera para entrar al campo, admirar el baile embriagador de Pedri, el ansia goleadora de Lewandowski, y acabar de disfrutar la noche con el triunfo del Barça frente al Brest. Quizá ni siquiera repararan en que en la grada, con un magnífico aspecto (46.317 espectadores, ahí es nada), había una clapa. Una zona muerta en la que ninguna butaca estaba ocupada. Un trozo de oscuridad.
Joan Laporta decidió que había llegado el momento de ganar su pulso a una Grada de Animación que había nacido al amparo del bartorosellismo, tantas veces crítica con su gestión, y que había acumulado sanciones y multas. Un mal comportamiento de hinchas muy concretos cuantificado en 21.000 euros y que el Barça reclama a los abonados de esa zona ahora muerta. A saber si Lewandowski, cuando alcanzó su gol 100 en la Champions poniéndose de espaldas a los 2.500 hinchas del Brest ubicados en la azotea del gol sur, vio cómo enfrente, bajo el pebetero y la Puerta de Maratón, había esa franja de sillas engullida por la oscuridad.
Claro, el delantero polaco tenía motivos para estar a otras cosas. Acababa de llegar al centenario de goles en la Liga de Campeones –algo que antes sólo habían conseguido Cristiano (140) y Messi (129)– y debía señalarse con los pulgares el apellido impreso en la camiseta mientras se aseguraba que la cámara pillara bien la toma.
Lewandowski había marcado de penalti tras ese baile que acostumbra a interrumpir antes del clímax. Y el guardameta neerlandés Marco Bizot no pudo más que vencerse con la misma mala traza con la que se había llevado antes por delante al ariete, al que le bastó con controlar con el pecho, y de espaldas a la portería, un gran pase de Pedri.
Después del descalabro en Anoeta y del empate crepuscular en Balaídos que provocó el monumental enfado de Flick, tomar ventaja a los diez minutos era una bendición. Pero ni mucho menos un preámbulo de una exhibición frente a ese Brest que combate su humildad -el cuarto peor presupuesto en la Champions, pero que llegaba a Montjuïc sin derrotas en su casillero y como gran sorpresa del torneo– con una encomiable fuerza de voluntad.
Si bien el Barça amaneció dinámico con Pedri en la base y Koundé percutiendo junto a Raphinha dentro del socavón dejado por el lesionado Lamine Yamal, la noche se fue retorciendo ante el creciente júbilo de los hinchas llegados desde la Bretaña francesa, que aún deben frotarse los ojos al ver cómo su Stade Brestois 29, que en 1997 estaba en la cuarta división, podía codearse con la burguesía.
Todo hubiera quedado resuelto antes si Fermín, que esta vez partía desde la izquierda con Olmo ejerciendo de volante, hubiera enfocado mejor frente al portero. Tuvo tres ocasiones clarísimas el chico de El Campillo, pero tiró una fuera y las otras dos se las sacó Bizot a bocajarro.
Éric Roy, técnico del Brest, imploraba a sus jugadores a que aguantaran, aunque fuera encerrados en su área. Sin reparar en que a Dani Olmo le basta con una baldosa para ejecutar un regate –el capitán Chardonnet fue quien pagó el malabar– y marcar a sus anchas.
Con el 2-0 y 25 minutos por delante, Flick pudo dar cuerda al tiovivo de los cambios, abrazar con fuerza a Gerard Martín –señalado en Balaídos, titular otra vez y asistente de Olmo–, celebrar el gol 101 y a pie parado de Lewandowski en el añadido, y darse el gusto de ver a su equipo encaramado a la segunda posición de la liguilla de la Champions, cada vez más cerca de la clasificación directa.
Antes de comenzar el partido, desde los altavoces de Montjuïc brotó el Dancing in the Dark de Springsteen. Bailó Pedri y zapateó Lewandowski ante esa zona oscura. Y los turistas, acabado el partido, volvieron a la carpa a seguir escuchando villancicos.