El Barça honra el escudo con un bello canto al fútbol


Trató de colar Joan Laporta en su mística comparecencia del martes uno de aquellos eslóganes prefabricados que engordan y ponen purpurina a los discursos famélicos. Y que satisfacen a los adeptos. «El escudo no se mancha». Quizá alguien le convenció para que lo soltara varias veces y para que se distribuyeran fotos suyas junto a la frase de marras, aunque con preámbulo para los enemigos que le acechan («Era un ataque al escudo, y el escudo no se mancha»). Diego Armando Maradona, cuando se despidió del fútbol en La Bombonera, en un discurso para la posteridad del fútbol por su carga de redención («yo me equivoqué y pagué»), dijo que lo que no se manchaba era la pelota. El escudo es fácil mancharlo cuando alguien cree que es de su propiedad. Cuando lo trocea. Cuando mercadea en dictaduras árabes. Cuando lo raja para separar a los buenos de los malos. Cuando lo emplea como arma arrojadiza. El balón, en cambio, pertenece a los artistas. Como Lamine Yamal. Como Gavi. Como Pedri. Es la razón de ser de todo.

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