Unas veces diablo, otras dios pagano. Qué personaje tan contradictorio para quienes siguen con pasión sus peripecias. Aunque él tenga bien claro su papel en esta vida, con el grito y el gesto de la ‘botifarra’ al viento como metáfora de un tiempo. Joan Laporta, despatarrado en uno de esos tronos con los que las dictaduras árabes diferencian la grandeza de la purria, se sentía liberado. El Consejo Superior de Deportes, para desagrado de LaLiga y un buen puñado de sus clubes afiliados y sumo alivio de la Federación de Louzán que vela por la selección, concedió la cautelar a Dani Olmo y Pau Víctor y deshizo el nudo que estrangulaba su mandato.
Los dos futbolistas aún no pudieron vestirse de corto, pendientes de que llegaran sus licencias. Pero sí mostraron por fin una amplia sonrisa tras días de mucha tensión. No solo no se quedarán sin jugar hasta verano, sino que este domingo estarán en disposición de conquistar su primer título con el Barça en la final de la Supercopa de España, con el Real Madrid o el Mallorca como posibles rivales. El fútbol es retorcido.
Eso debió pensar Ernesto Valverde, que no pisaba Yeda desde que Josep Maria Bartomeu, tras la Supercopa de enero de 2020, le sacó a patadas del banquillo azulgrana aun siendo líder liguero. Pero Valverde, al que la hinchada saudí siempre le tuvo ojeriza, es un tipo práctico que vive el presente. Pero su Athletic, aunque tuviera ocasiones [ninguna como el gol anulado a Iñaki Williams en el ocaso tras un error clamoroso de De Jong que arregló Djaló tocando el balón y propiciando el fuera de juego], no estuvo en disposición de hacer peligrar la clasificación del Barça. Sabe Valverde que le faltaban piezas indispensables. Porque Sancet, quien pone cordura al frente ofensivo cuando Iñaki Williams corre, estaba lesionado. Y Nico Williams, el contrapunto del genial Lamine Yamal, minimizado por un golpe que sólo le permitió jugar la última media hora.
El ritmo de Gavi
Flick, en cambio, supo exprimir a sus recursos con un equipo de gala en el que Gavi, una vez superada su lesión de rodilla, ya nunca debería faltar. El menudo centrocampista, que viene jugando con un dedo fracturado como quien tiene un arañazo de gato, fue quien impuso su ritmo. Era la mejor manera de corromper el plan de duelos por todo el campo con el que Valverde esperaba salir indemne. No fue una buena idea porque, en el intercambio de golpes y con Pedri equilibrando el caos, la calidad manda.
Le falta a veces a Iñaki Williams para aprovechar todo lo que genera. Aunque también habría que poner en valor el partido del polaco de 34 años Wojciech Szczesny, titular porque Flick no pasó por alto un retraso de Iñaki Peña en la sesión de activación previa. Szczesny evidenció que, bajo palos es todavía un buen valor.
Todo se había aclarado para el Barça en el mismo amanecer, con 20 minutos de gran fútbol que culminó Gavi tras una transición tramada entre Raphinha y Pedri, y a la que Balde dio valor con un pase hacia atrás cuando tocaba.
Se enredó entonces un buen rato el Barça ante la insistencia en aprovechar las estepas que dejaba el Athletic. Pero fue Lamine Yamal, que jugó tan sobrado que parecía increíble pensar que saliera de una lesión, quien zanjó toda discusión al comienzo del segundo acto. Gavi asistió. Y Lamine, a quien no hace tanto se le reprochaba un presunto escaso tino en el remate, cerró la noche con inquietante sangre fría.
Laporta ya pudo entonces acabarse la tónica en paz en el trono, y sentirse como uno de los personajes de aquel Philip K. Dick a quien Carrère dedicó una lunática biografía:«Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos».