Los partidos de fútbol de gama alta, como el 4-1 infligido al Bayern, nos dejan escenas para que podamos seguir disfrutando de la euforia tras el pitido final. Una de esas imágenes es la del fanfarrón y belicoso Thomas Müller en el banquillo, tras ser sustituido. Su gesto torcido, entre la rabia y el desespero, tal como mostraron las cámaras, resume bien el tránsito que ha vivido el Barça en los meses que van de Xavi a Flick. Müller representa el pasado humillante de ese 8-2 de la Champions pandémica que anunció el fin de toda una época, pero ahora también refleja la perplejidad de verse superado por un equipo nuevo, joven, descarado.
Parte del éxito de este Barça se debe al efecto sorpresa: me refiero a las pocas referencias que tienen los rivales cuando se enfrentan a un puñado de jóvenes de una madurez insultante, a los que hay que añadir cuatro nombres clave que el año pasado parecían atascados: Íñigo Martínez, Pedri, Raphinha y Lewandowski. Mérito de Flick, sin duda, aunque quizá también habría que dar las gracias al límite salarial, pues la presión económica obligó al área técnica a considerar como alternativas serias a los jugadores de casa. ¿Fichar a Kimmich? Ya tenemos uno, y se llama Casadó.
Sabemos lo que nos espera
Otra de las imágenes del aftermatch es la de los jugadores del Barça al final del partido, acercándose a las gradas para compartir su alegría con los aficionados culés. Me pregunto si esta confianza les servirá para mantener la buena racha contra el Real Madrid, el sábado en el Bernabéu. Si se mantendrá el efecto sorpresa de Flick, que sabe escoger a los más adecuados para cada fecha (la apuesta por Fermín por delante de De Jong, por ejemplo, ¿se repetirá?).
Por un lado, creo que los de Ancelotti juegan bastante peor que ese Bayern que recibió cuatro goles, pero luego me digo que en la delantera tienen dos gacelas —Vinicius y Mbappé— que se frotarían las manos al ver esa defensa tan adelantada y arriesgada que durante 20 minutos el Bayern no supo aprovechar. La ventaja quizás es que los culés sabemos lo que nos espera, y nos preparamos; y los madridistas, no.