Manolo González cerró los ojos cuando sonó el silbalto. Soltó aire, vació los pulmones y apretó los puños. El empate contra el Leganés (1-1) deja tocado al Espanyol. Rodeado de ruido pero sumergido en la oscuridad, el entrenador del Espanyol apretó más los párpados. Como quien pide un deseo antes de empezar el año. Ese momento en que empieza una nueva oportunidad de cambiar, de no solo ponerte nuevos propósitos, sino también de cumplirlos. El Espanyol le ha pedido al nuevo año cambiar. Sobrevivir. Resucitar. Pero no está siendo fácil.
La crueldad sumió al RCDE Stadium en el primer partido del año en casa en un estado de incredulidad. El duelo contra el Leganés terminó en empate, pero la presentación del equipo no fue mala. Se impuso en el juego, se sintió cómodo y desplegó una versión que, con un poco más de acierto, le puede valer una salvación. Pero ésta aún parece lejana. Los de Manolo González quieren que este 2025 que empieza no les hunda. Que el balón entre y el aire les llegue a los pulmones. El conjunto ‘pepinero’ fue un duro recordatorio que querer no siempre es poder.
Si no cambias nada, no puedes pedir que algo cambie. Suena a frase de autoayuda barata, pero no hay cosa más cierta. El Espanyol sabía que debía reconfigurarse. No solo para cambiar la dinámica, sino para sentir que redirigían el rumbo de la temporada. Los primeros minutos de los partidos siempre se le hacían cuesta arriba en 2024. Se le atragantaban esos 30 minutos iniciales. Y lo primero que hizo el conjunto de Manolo González fue cambiar eso. El reloj no marcaba aún el segundo minuto del encuentro y los pericos ya iban por delante en el luminoso.
Král recibió el balón tras salir disparado del córner. Lo peinó y lo dirigió hacia Cabrera, que esperaba cerca del primer palo el esférico. Manolo saltó dentro del área mientras sus jugadores se abrazaban en el campo. Aire. Un poco de aire. Parecía la confirmación del cambio. El cambio de rutina que quiere consolidar el Espanyol en este nuevo año. Alejarse de los últimos puestos de la tabla y, contra un rival directo, imponerse. No solo en el campo, sino también en el resultado.
Pero no podía ser tan fácil. Y, desde luego, que no lo fue. Tan solo 10 minutos después, el Leganés derrumbaba la felicidad construida tras el tanto. Cissé, libre de marca sobre el punto de penalti, finalizaba con clase ante Joan García. Los jugadores del Espanyol pedían mano antes de que el balón llegara a la red. El colegiado dijo que nada, que el tanto era limpio. Volvía a empezar el encuentro, no quedaba otra que creer en lo que parecía que se estaba creando.
En el segundo tiempo, el Espanyol confió en sí mismo. Posiblemente, también fue uno de los deseos de Manolo González para este año. Volver a creer en uno mismo. Mantener la fe tanto de sus jugadores en él como en ellos mismos. Los pericos se desplegaron sobre el verde con el reloj en contra. No hubo precipitación, pero si cierta inquietud a medida que las acciones de peligro se sucedían, pero no terminaban de ver puerta.
El Leganés estaba agazapado. Asumiendo el peligro de dejar que los locales llegaran sin parar, hasta que su oportunidad apareciera. Llegó en el 72, con una vorágine de disparos que Joan García y el poste de su portería atajaron en un suspiro agónico. Toda la superioridad del Espanyol se convirtió en anecdótica mientras los visitantes intentaban reescribir el guion del partido.
Alejo Véliz tuvo la victoria en sus botas, pero un leve roce del balón con su brazo dentro del área sirvió para anular el tanto que podría haber dado los tres puntos al conjunto perico. El 1-1 fue insuficiente para los dos conjuntos. Sin embargo, el Espanyol perdió no solo la oportunidad de salir de la zona de descenso, sino de demostrarse a sí mismo que puede sobrevivir.