El Giro, presentado este lunes, espera a Jonas Vingegaard con los brazos abiertos. El doble vencedor del Tour sería el relevo perfecto para un Tadej Pogacar que centra la temporada en la hazaña de conseguir un cuarto triunfo en la ronda francesa antes de acudir a la Vuelta. El ciclista danés ya sabe que se encontrará con una carrera que será rosa sólo en el color que la identifica y que como siempre llegará cargada de dureza, sobre todo en la fase final con los típicos regalos a los velocistas y con la atracción de pasar por los parajes de pistas de tierra denominación de origen toscana.
La prueba comenzará en Albania, el viernes 9 de mayo, y acabará en Roma, con visita al Vaticano, el domingo 1 de junio. Por el camino, Apeninos, Alpes y un paso fugaz por Eslovenia para contentar a otro de los que serán grandes protagonistas de la carrera, Primoz Roglic, vencedor de la edición de 2023. Si no hay sorpresas, Vingegaard y Roglic se encontrarán antes en la ruta de la Volta (del 24 al 30 de marzo).
Inicio duro en Albania
Si el Tour ha decidido permanecer este año en Francia y eludir los pasos fronterizos, Giro y Vuelta se inician en el extranjero (Albania e Italia, respectivamente) con un comienzo, que en el caso de la ronda italiana, se presume bastante duro a través de los montes albaneses, con dos dígitos en cortos repechos el primer día, y ya por encima de los mil metros de altitud a la tercera jornada de carrera, después de una contrarreloj de 13,7 kilómetros en Tirana y antes del primer descanso, o mejor dicho, traslado para que los corredores y su séquito viajen hacia la península transalpina.
A partir de ahí, se van intercalando días explosivos con algún esprint para contentar a velocistas como Jonathan Milan, la cita con los Apeninos y la ascensión a Tagliacozzo (12 kilómetros con porcentajes que llegan al 14%). Estas dificultades serán la antesala para uno de los días grandes de la carrera, sin necesidad de la asfixia de la montaña. A la novena jornada aparecen las pistas sin asfaltar propias y comunes de la Strade Bianche, tierra y piedras, el ‘sterrato’ italiano, casi 30 kilómetros repartidos en cinco sectores antes de que los ciclistas lleguen a la famosa plaza del Campo de Siena, donde el auxilio de Wout van Aert, hábil en estos ambientes, le irá de maravilla a Vingegaard.
La segunda contrarreloj
La segunda semana de competición debuta con una contrarreloj de 28 kilómetros entre la Lucca de Giacomo Puccini y la Pisa de la torre inclinada antes de la ascensión a San Pellegrino in Alpe. Sin romper la costumbre italiana, la carrera, a diferencia de Tour y Vuelta con más palos intercalados entre etapas, el Giro va aumentando en dificultad conforme se va llegando al final.
De este modo, la tercera semana vuelve a ser exagerada en cuanto a montaña lo que siempre plantea la duda de si los corredores querrán reservarse en exceso hasta el final, como ha sucedido estos últimos años, a excepción de 2024, cuando Pogacar pasó como un cohete teledirigido por las carreteras de Italia.
Así, en la fase final de la prueba aparecen días tan complicados como la etapa de San Valentino, después del último día de descanso, que reúne casi 5.000 metros de desnivel positivo y cinco puertos, que será sólo un aperitivo para la 17ª jornada donde surge el monumento del Mortirolo después de que se corone el nada sencillo puerto de Tonale.
El gran final
Después aún habrá tiempo para la gran etapa alpina por el valle de Aosta, cerca de los mitos propios del Tour, y la explosión final, a un día de Roma, con la Finestre y Sestriere, la etapa reina del Giro 2025. La Finestre, que algún día también acogerá a los corredores de la Grande Boucle, es, sin duda, la peor montaña de este Giro con 8 kilómetros sin asfaltar donde el porcentaje no baja del 9%.
Richard Carapaz, vencedor en 2019, y los españoles Mikel Landa y Juan Ayuso completarán el elenco de figuras a la espera de que Vingegaard apriete el botón de la confirmación como gran favorito al triunfo final.