Al deporte siempre le costó poner el pie en la puerta a la política. Su eco resulta tentador para todo régimen. Y el Gobierno actual no es ajeno. El deporte en sí le ha importado un bledo, de ahí el baile de presidentes del CSD: con Pedro Sánchez en Moncloa, desde 2018 van cinco. Ninguno dejó sello, sin más tiempo que para unas fotos en los podios y terciar a favor de algunos afines a la causa, caso de Luis Rubiales. Un dique para Javier Tebas, en su día tan simpatizante de Fuerza Nueva como lo es ahora de Vox. Tebas hace hoy piña con Rafael Louzán, un político del PP al frente de la federación de fútbol.
Un paisaje engorroso para un Gobierno que requiere del flotador de los partidos catalanes. Para colmo, no hay alumno financieramente menos aplicado que el Barça. Un Barça que ya no es el Barça de Cruyff, Guardiola, Messi o Iniesta. Ni mucho menos el de Unicef. Hoy solo es el Barça de Joan Laporta. Un mandatario incapaz de asumir que con la herencia recibida su obra nunca será como la de su primera exitosa etapa. Por ello, Laporta solo se rodea de Laporta. Lo demás es puro atrezo.
Argumentos grotescos
A quienes no han querido ponerle de frente a la realidad se ha alistado el Gobierno. Lo evidencia su esperpéntica decisión en el caso de Dani Olmo y Pau Víctor, dos víctimas del nuevo “laportismo”, el de patada a seguir. De un plumazo, el órgano político que preside el exministro José Manuel Rodríguez Uribes se ha cargado la normativa de la Liga pactada por los 42 clubes profesionales (Barça incluido) y el reglamento de la FEF validado por el propio CSD.
Para aflojar el nudo a Laporta desde Madrid, lo más grotesco han sido los argumentos. “No causar un perjuicio deportivo grave para el club”. ¿Y el menoscabo al resto de sus competidores que sí cumplen con lo establecido a base de estrecheces? “La visibilidad y repercusión mundial de la Supercopa”. ¿Y qué hay de los que no la juegan, quién les ampara? “Para no dañar los intereses de la selección española”. Es decir, si el Leganés o el Eldense no aportan al equipo patrio, allá ellos. “Para no perjudicar a los futbolistas”. ¿Y qué pasa con el único que les ha quebrantado, su presidente?
Todo muy chusquero, y sin una comparecencia pública del máximo dirigente del CSD para aclarar o matizar (si es que fuera posible) semejante atropello. Por mucho que le desagrade Tebas, ¿de verdad que el Gobierno se arriesgaría a suavizar a la carta las reglas financieras y ver al fútbol abocado a otro plan de saneamiento? ¿Cómo explicar entonces a la sociedad otro rescate económico?
Esto no va de camisetas, sino de que TODOS deben acogerse a unas pautas, sin excepciones. No caben distracciones con que si a Vinicius le han metido tal o cual sanción. Pese a sus tachas, nada tiene que ver el brasileño con el desasosiego de Olmo y Víctor. Ante la duda, que responda Raphinha. O Flick, ese sargento de la puntualidad que no se aplicó Laporta para inscribir a sus futbolistas.
Laporta debería saber que con un corte de mangas no se cierra un asunto que no solo merma la reputación del Barça, ya maltrecha con la sombra de Negreira, sino que expone a la entidad ante la crispación general de sus adversarios (algunos internos). Aquellos, muchos, no solo el Madrid, que desean corregir cuanto antes su propagandística pancarta frente al Bernabéu. Del “ganas de volver a veros” al “sin ganas de volver a verte”.