Llega la Navidad al Barça, tiempo de amor, de diálogo, concordia y paz… O eso espero, porque la Navidad, como todo en la vida, tiene también su cara B. Desde la santa natividad en Belén –en que, tras anunciar los magos de Judea el nacimiento de un nuevo rey, Herodes se entretuvo en el macabro ejercicio de matar a cualquier bebé que pudiese hacerle sombra– hasta nuestros días, no ha habido momento en la historia en que no se destaquen elementos perturbadores en la época más bonita y azucarada del año.
Charles Dickens creaba en su tintero al viejo Scrooge, un ser avaro que no soportaba la felicidad, Hans Christian Andersen nos amargaba las fiestas con niñas vendedoras de cerillas que morían congeladas en las calles de Copenhague, con soldaditos de plomo mutilados que acababan sus aventuras incinerados, o ya más recientemente, conocimos un extraño e inquietante elfo despedido por el mismísimo Santa Claus, que bajo el nombre del Grinch, odiaba a su expatrón, a los niños, al consumo, y a la algarabía que protagonizan estos días.
Otros artículos de Lluís Carrasco
Ya ven, la bondad eclipsada por la maldad, el amor por el recelo, la confianza por las dudas…
No digo que todo se haga bien en Can Barça, de hecho, toda la obra de reconstrucción planteada por las diversas candidaturas en las últimas elecciones, también la ganadora, se está viendo desgraciadamente muy atrasada por la realidad y sus crueles dificultades. El estadio va despacio, el equipo va despacio, la inscripción de jugadores clave va despacio, la economía general del club no acaba tampoco de arrancar. En resumidas cuentas, todo avanza, pero lo hace con penosas dificultades y un resultado final incierto.
Es Navidad, y yo prefiero creer en la bondad y buenas intenciones de Santa, que en los truculentos, disparatados y a veces simpáticos desertores, pero la cruda realidad es que las alforjas en el trineo del orondo personaje de blancas barbas que nos tiene que traer felicidad, abultan bien poco, y solo me tranquiliza saber que, al final del cuento, el Grinch resulta que era bueno. De hecho… El más bueno.