¡Que suene la música! que pasen rápido la Navidad, la Semana Santa y la verbena de Sant Joan porque el 5 de julio, en la ciudad de Lille, empezará algo más que un Tour presentado este martes en París. Será una fiesta con tintes macabros de ciclismo, para dejarlo todo al margen durante tres semanas, para viajar a Francia y disfrutar, para colocar el letrero de no molestar en casa o en el despacho y para ser todos un poco protagonistas de la ronda francesa más salvaje, bárbara, brutal, atroz y bestia (ningún calificativo sobra) de la historia moderna del ciclismo. Al menos, en los últimos 35 años no se había visto cosa igual. Además, con etapas de largo recorrido.
Sólo hay que poner una vela en el lugar más íntimo y estimado para que nadie se se haga daño como ha sucedido estos dos últimos años; primero, en 2023, el accidente de Tadej Pogacar en Lieja, y en abril, la grave caída de Jonas Vingegaard en la Itzulia, que lo obligó a correr el Tour falto de forma. Posiblemente, siempre con el permiso de Remco Evenepoel, no habrá que esforzarse mucho para designar a la pareja como la favorita a la victoria en París. Pero no es lo mismo interpretar La Traviata de Verdi en la Scala de Milán o en un teatro de pueblo. En julio que viene el escenario ciclista será el más digno, el escogido para que estos dos ciclistas extraordinarios se conviertan en tenores en los mejores teatros franceses y en el más difícil todavía.
El recorrido, íntegramente por Francia, es el que ya adelantó este diario hace dos semanas. Entonces sólo se conocían las llegadas, pero faltaban los condimentos. Y han creado la perfección hecha ciclismo, una obra magistral que en su inicio se enfocará, como si fueran honorables teloneros, al combate entre los espectaculares Mathieu van der Poel y Wout van Aert, siempre y cuando Pogacar no se ponga juguetón. Porque correr con el carnet de velocista será un mal negocio, salvo en el obsequio con un traje amarillo de la primera etapa, dos días de recuperación por el camino y la meta de los Campos Elíseos.
Normandía y Bretaña
Prepárense para el espectáculo de las calles empinadas de Normandía y Bretaña, para llegadas con porcentajes por encima del 10 por ciento, para descubrir repechos de aúpa junto a los acantilados cargados de ostras y para terminar el menú supuestamente llano de las primeras siete etapas con la cita al sol o con lluvia en el Muro de Bretaña. Entremedio, al quinto día, aparecen 33 kilómetros llanos de contrarreloj en Caen para que nadie se sienta atrapado por el aburrimiento.
El 14 de julio será lunes y como es fiesta en Francia los fuegos artificiales, pirotecnia de verdad, se lanzarán en el Macizo Central con una jornada que reunirá siete puertos y 4.400 metros de desnivel positivo, antes de que el Tour se tome un respiro en Toulouse para cargar pilas frente a los Pirineos y sin olvidar una etapa alrededor de la capital occitana con un clavo ardiendo a 8 kilómetros de la meta: la subida a una colina que se denomina Pech David y que contempla porcentajes del 20%, una rampa de garaje pura y dura.
Llegan los mejores Pirineos en mucho tiempo: primero Hautacam, tal vez la cuesta más dura de la cordillera con el paso previo por el Soulor, luego la cronoescalada de 11 kilómetros al altipuerto de Peyragudes con desniveles del 16% y para terminar un ‘etapón’ calcado al de 1986 donde Bernard Hinault -se cumplen en julio 40 años de su quinta victoria, cuatro décadas sin un francés acabando el Tour de amarillo- lanzó su última chispa de campeón: se lució por el Tourmalet (que nunca falte), el Aspin y el Peyresourde antes de hundirse en Superbagnères donde se exhibió Pedro Delgado de forma estelar en 1989.
La hora alpina
La carrera descansará en Montpellier, porque será necesario buscar la inspiración ante una tercera semana sobrenatural que empieza en el Ventoux, por su lado más complicado, con casi 16 kilómetros de subida y que se robustece todavía más en dos etapas alpinas increíbles. ¿Nadie ha visto todavía la referencia a la etapa reina? Pues no. Llegará al 18º día de combate ciclista, con 5.500 metros de desnivel positivo, a través del Glandon, la Madelaine y los 26 kilómetros de agonía por Courchevel con la subida final a la pista forestal que conduce a La Loze, a 2.304 metros de altitud.
Por si quedaba algo de inspiración, los Alpes se despiden en los 19 kilómetros de ascensión a La Plagne, antes de una fugaz visita (sábado, 26 de julio) a las cumbres jurásicas con la Croix de la Serra como último suspiro de montaña antes de trasladarse todos a París para dar unas vueltecillas por los Campos Elíseos y bajar con honores el telón de un Tour de fantasía con la etiqueta de histórico.