Mi hijo Teo compite este año en una Liga muy difícil. Por eso, cuando lo llevo a los partidos le insisto mucho en que tiene que esforzarse y divertirse hasta el final, y ayudar al equipo aunque vaya perdiendo y sea cual sea el resultado. Como es un niño muy obediente siempre me hace caso, y luego dice que se lo pasa bien, aunque el otro día añadió «bueno, también me gusta ganar de vez en cuando».
Aprendo un montón con Teo. Con lo demás, no tanto. Seguir a mi equipo en Primera, Segunda, Segunda B, Tercera y Primera RFEF no me ha servido de mucho. A grandes rasgos, lo único que he sacado en claro es que la división es una cosa y la categoría otra, en invierno hace frío y todo acaba pasando.
También podría decir que la esencia no cambia: aquel que era imbécil en Tercera lo sigue siendo en Segunda y seguramente lo sea otra vez en Primera. Aquel que quiera amargarse por algo siempre encontrará ese ‘algo’ del mismo modo que aquel que necesita negar la evidencia encuentra la forma de seguir negándola o aquel que intenta ser optimista encuentra el argumento adecuado en cualquier escenario. Podría decir que cada uno de nosotros tiende a vivir el fútbol de una determinada manera sea cual sea la realidad, porque si de algo me ha servido seguir a mi equipo en Primera, Segunda, Segunda B, Tercera y Primera RFEF es para entender que a menudo la realidad no importa.
El arma secreta
La realidad se amolda. Ahora a veces juega mi equipo, voy a la grada y la crónica la escribe otro. Se alinean los astros, jugamos el sábado y no trabajo. En estos casos intento saber lo mínimo del rival y lo mínimo de nada y de todo. Ni siquiera miro la alineación de mi equipo. Estoy pensando incluso en dejar en casa las gafas para no saber quién lleva la pelota, para intuir a lo lejos lo único importante: once manchas sobre el verde que se mueven con la camiseta adecuada.
Cuando se dan estos pequeños milagros de tregua laboral, voy al fútbol con Teo y a veces nos distraemos y otras nos fijamos. A veces estamos, pero no estamos. Cuanto más se enfadan a nuestro alrededor, más nos evaporamos. Seguimos rodeados de humanos, pero la vida nos permite conversaciones ingenuas para salvarnos y no caer jamás en la trampa del resultado. Cuando estoy con Teo y perdemos me da igual, porque estamos juntos y veo clarísimo que estamos por encima del resultado. Veo que he seguido a mi equipo en Primera, Segunda, Segunda B, Tercera y Primera RFEF persiguiendo algo que no sabía muy bien qué era y ya sé muy bien qué es: ser ahora feliz, simplemente estando.
Haber aprendido esto es mi arma secreta contra los malos. No presumo de ello porque no hace falta ser muy listo y yo tampoco lo fui: he tardado décadas en darme cuenta y por el camino no me quemé de puro milagro. Pero hoy aprecio tanto esa certeza que ni siquiera necesito que los demás estén de acuerdo para valorarlo. No son tan importantes. No sois tan importantes. Ni los jugadores ni los presidentes ni los entrenadores ni los lectores ni los árbitros.
El fútbol es lo que nosotros queramos que sea, en paz. Aunque también nos guste ganar de vez en cuando.
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