«¿Quiénes son esos ‘freaks’? ¿Son los capitanes de la selección española de rol?».
Abel Rojas, Miguel Quintana y Alejandro Arroyo, que no podían esconder el ímpetu arrollador de la sublevación desde el cuarto trasero de internet, se iban pasando el Premio Panenka que acababan de conquistar en febrero de 2018. El galardón les había sido otorgado por una formidable entrevista a Xabi Alonso a través de aquel revolucionario proyecto mediático llamado Ecos del Balón que tuvo la buena idea de morir joven para así trascender. Pero en la Antiga Fàbrica Estrella Damm, por mucho que allí continúen congregándose cada año periodistas felices de trabajar en los márgenes, aún entonces había quienes miraban a aquellos tres chavales con extrema desconfianza («¿pero eso de Ecos del Balón es un blog o qué cojones es?»). Sin querer entender los términos con los que trataban de explicar el fútbol; pero también, sin querer ver más allá de las gafas de empollón y el pelo rojo de Abel, el tupé engominado de Miguel y la barba insurrecta de Arroyo.
Abel Rojas fichó después por la Real Sociedad para formar parte de su secretaría técnica. Alejandro Arroyo se dedica, claro, al ‘scouting’. Y Miguel Quintana acabó por cruzar una frontera que durante muchos años parecía insalvable, la que separaba la habitación del piso que compartía con su madre y su abuela (su fan más fiel), y la monumentalidad de los medios tradicionales (Radio Marca, DAZN),
En Diario de un periodista deportivo (GeoPlaneta), Quintana, consciente de que ha perpetrado un inspirador y estimulante «tocho» (así lo llama él) de 413 páginas pese a que le guste bien poco escribir por ese ansia de perfección que le persigue («somos muchos los que sufrimos delante de un folio; en mi caso no es que tenga miedo a que se me quede en blanco, sino más bien a emborronarlo»), trata de hacernos entender cómo alguien que no cobró un solo euro por su trabajo hasta los 26 años ha podido convertirse en un comunicador referencial.
En 2016, Quintaba trataba de cumplir con los trámites para convertirse en autónomo. Acudió a una oficina de la Seguridad Social, y allí, sin saberlo, construyó una buena metáfora vital.
«¿De qué año eres?», me preguntó [la funcionaria de la Seguridad Social]. «Del noventa», respondí. La señora se paró un momento, se puso a pensar, amagó con contar con los dedos y me dijo: «¿O sea, que tienes 26 años… Y todavía no has trabajado en nada? ¿Ni como autónomo ni contratado?». Su tono inquisitorio fue espectacular. Sólo me salió reírme antes de buscar la forma de explicarle que llevaba varios años trabajando a coste cero porque era periodista, estaba en un medio amateur (Ecos del Balón) y todavía no había generado ingresos (…). La pura realidad es que hasta los 26 años no recibí el primer euro por mi trabajo, y encima no fue por la labor a la que yo me estaba dedicando en cuerpo y alma. Hasta los 28 no cobré lo que se podría entender como un sueldo mínimo. Y no sentí que de verdad iba a poder ganarme la vida con esto hasta los 30. De ahí que cuando a veces me dicen «qué rápido te está yendo todo, yo me vuelva a reír, esta vez de forma más irónica».
El chalet
Quienes veían aquellos vídeos de Ecos del Balón grabados de manera impoluta en un chalet en la localidad madrileña de Moralzarzal (900 euros al mes) quizá imaginaran que allí se respiraba gloria, limpieza y billetes. La realidad es que Quintana, que dejó la carrera de Periodismo ya en cuarto y a unos meses de obtener el título, se fue a vivir y a trabajar allí casi dos años junto a Roja dejándose todos los ahorros en el alquiler de una morada luminosa, pero fría como el demonio. Si encendían la calefacción quizá ya no podrían evitar que les echaran por no pagar.
Quintaba trataba de solucionar un problema maxilofacial que se entrometía en su dicción -«era terrible»-, gestionaba rupturas sin saber que en el amor siempre hay un tercer tiempo, y dejó el que creía que debía ser el proyecto de su vida sin un colchón en la buhardilla. Y sin esperar que Abel Rojas, con quien había tejido tantos sueños, ficharía por la Real Sociedad -a él no le encontró un hueco en el club-, provocando así un distanciamiento que durante años pareció tan insuperable como insoportable para ambos. Y todo tras darse la mano jugando una partida al NBA 2K que ni siquiera fueron capaces de acabar.
«Dos meses después de haber abandonado lo que creía que iba a ser el proyecto de mi vida, me quedé absolutamente solo y desamparado como profesional. Tenía 28 años, 1.500 euros ahorrados en el banco, unos ingresos mensuales de unos 400, un curriculum vitae raquítico y una descomunal sensación de fracaso de esas que se te agarran al pecho cortándote la respiración», explica Quintaba en su libro.
El canal de Youtube
Invirtió esos 1.500 euros en una cámara Canon 750D (550), dos focos Neewer (150), una grabadora Tascam (75), dos micrófonos (25) y cachivaches varios como la silla, las baterías, unas fundas y un trípode (se apañó con 300 euros), una pizarra metálica para explicar las tácticas (150), y el logo del que sería su canal encargado a una diseñadora gráfica (150). Con eso, pero sobre todo con un marcado instinto de supervivencia en el que mucho tiene que decir Rocío, su esposa, Quintana dio forma a un plan que no era perfecto, pero sí era el suyo. «Ten un plan… Luego haz caso a nadie». Es la cita que él mismo recoge de la canción de Viva Suecia.
Siempre estuvo bien rodeado (Alberto Edjogo, Àlex de Llano, Adrián Blanco o Nahuel Miranda) durante una carrera que le llevó a deprimirse por un fichaje fallido por Orange el día que firmaba la hipoteca del piso y engullía sentado en suelo la peor ensalada industrial de su vida; a romper esquemas de ‘bajoperro’ con Mister Underdog en Youtube; a reformular la fórmula casposa de un magazine deportivo parido a partir del visionado de los 380 partidos de Liga, porque él los ve todos (La Pizarra de Quintana, en Radio Marca, con más Carolina Durante que Ra-Ra-Ra); y a, por fin, convertirse en personaje televisivo gracias a ese Post de DAZN que tuvo a bien dejar cuando decidió que la prioridad vital pasaba por ser un buen padre para Hugo, su hijo. Quintana siempre vivió sin una figura paterna.
«Echando la vista atrás, ahora pienso que fui un absoluto inconsciente. No por tomar las decisiones que tomé, no por confiar ciegamente en el proceso, sino por no tener alternativa alguna. No había plan B. Era un todo o nada (…). Lo bueno de no tener plan B es que te diriges con más fuerza al único plan que tienes», reflexiona Quintana.
Aquellos «capitanes de la selección española de rol» que vivían sus primeros éxitos entre chanzas en el lejano febrero de 2018 -los ‘panenkitas’, tal y como bautizó a ese movimiento la vieja guardia comandada por Bobby Gómez-, llegaron a este mundo para cumplir temporadas. No años.