Por mucho que abunde la tecnología, en el fútbol siguen ocurriendo fenómenos paranormales. Ya pueden llenar el campo de cámaras, ya pueden medir al milímetro cada acción de cada futbolista, y ya pueden agitar cada variable en la coctelera de la base de datos que en el fútbol y sus alrededores siguen sucediendo hechos inexplicables.
Sin ir más lejos, yo sufrí uno de esos el pasado martes. Para empezar, me tocó madrugar (y este no es el fenómeno paranormal, aunque podría) porque tenía que cubrir un juicio en la Audiencia Provincial. Esto conllevó que después no me encargara de la crónica en el partido nocturno del Castellón. Como estaba más cansado de lo habitual y al día siguiente tenía que volver a madrugar (segundo fenómeno paranormal que me permito obviar), opté por tirar de tele y quedarme en casa.
Además, llovía. Seguro que en lo alto de la grada corría el viento y hacía frío. El Castellón llegó ganando al descanso, pero perdió de penalti polémico en el último minuto. Tumbado en el sofá en bellísimo escorzo, con una infusión de jengibre y mi pijama preferido, hallé un consuelo diminuto: por lo menos no estaba ahí mojándome, por lo menos al quedarme en casa había evitado la lluvia, el viento y el frío.
Pensé entonces en aquellos partidos de la adolescencia de idéntica calaña. Volvía a casa hundido por el resultado y despertaba enfermo por una mezcla letal: la humedad, la derrota, la agonía. Por la mañana apagaba el despertador, daba la vuelta para seguir durmiendo y, si entraba mi madre a preguntar, decía que estaba enfermo, que ya iría al día siguiente al instituto, que tuviera piedad porque mi equipo había perdido y mi dolor era cierto.
El martes pensé en todo aquello desde una posición superior: ahora soy mayor, soy un adulto, esto no me afecta y menos a distancia, porque he evitado la lluvia y el frío y he sido listo. Sin embargo, asoma aquí el fenómeno paranormal, el hecho inexplicable: al día siguiente desperté fatal, golpeado por el catarro del siglo.
No daba crédito. Qué clase de invento diabólico. Qué clase de relación tóxica sostengo con mi equipo. Dónde está la ciencia cuando la necesitas. Quizá me ocurriera eso que dicen sobre los hermanos gemelos: le pegan a uno y le duele al otro. Así soy yo: inventor del catarro psicológico.
En trance
Esa misma noche, en Madrid se jugó otro partido, el Real-Dortmund de Champions. Los alemanes llegaron ganando al descanso, pero fueron arrasados en el segundo acto. A menudo, cuando esto ocurre, se elaboran después sesudas argumentaciones. Seguro que alguna está en lo cierto, pero con el Madrid en Europa no sé si merece la pena el esfuerzo. Cuando el Madrid entra en trance en Europa tiene mucho de fenómeno, y no sé si paranormal o meteorológico. ¿Cómo explicar que Lucas Vázquez pase del desastre a tirar paredes con el rival como el mismísimo Pelé, en un pestañeo? Es como explicar el arcoíris: existe la respuesta de la ciencia, pero es mejor sentarse a observarlo. Simplemente, sucede, no puedes evitarlo.
Cuando esto ocurre, también, imaginamos grandes charlas al descanso. Discursos maravillosos, movimientos tácticos geniales y conjuras emotivas. ¿Qué pasó en el descanso? Me gusta pensar que no mucho, que uno se mojó el pelo, que otro comió pistachos.