El Barça ha ampliado la semana grande. No terminó con la goleada del clásico, sino que añadió otro recital en el derbi. Ya es quincena maravillosa. O mes mayúsculo si se fija el comienzo del estado de gracia azulgrana al día siguiente de encajar su primera y última derrota liguera en Pamplona. Si el Madrid no pudo contener el chorro de energía que desparramó el once azulgrana en el Bernabéu, menos iba a hacerlo el Espanyol, uno segundo, el otro decimoséptimo.
Los azulgranas horadaron en las diferencias que les separan de su eterno rival ciudadano apelando a las virtudes que lo han disparado en la clasificación, mucho más lejos de las expectativas más oníricas que pudiera despertar en verano la llegada de Hansi Flick -nadie las manifestó, ni el culé más embriagado por la euforia- y la insólita transformación del equipo con esa clarividencia en ataque y esa energía defensiva que le permite retroceder cada vez que intuye el peligro. Retrocede poco porque defiende hacia delante. Pero gestos como del Raphinha, que lanza un córner y acaba la fallida jugada socorriendo a Balde en la zona del lateral izquierdo no son nada extraordinarios, sino comunes.
3-o en media hora
El Barça desplumó al Espanyol en todas las facetas y pronto. En media hora había terminado un ejercicio que podía presagiarse difícil atendiendo a los antecedentes históricos, muy añejos, no a la realidad de ambos equipos. El cuadro blanquiazul apeló a los intangibles, sin atender al juego y salió trasquilado. Además de frustrado por la nula proactividad que mostró.
Quiso malgastar el tiempo el Espanyol retrasando en lo posible el reinicio del juego y se obsesionó el Barça en aprovecharlo, no fuera que lo necesitara más adelante si el cerrojo perico era lo suficientemente sólido como insinuaba el 4-1-4-1 que pintó Manolo González en el campo. La obsesión azulgrana derivó en precipitación en ocasiones, pero ese frenesí permitió sorprender al rival por los lugares menos pensados por poblados: el eje de la defensa. Los tres goles llegaron por el espacio sideral existente entre Kumbulla y Cabrera.
EL VAR corrector
El Espanyol debió ganar el sorteo de campo inicial (el Barça atacó al revés de lo habitual) y esa fue la primera de sus dos alegrías, inútil e improductiva; la segunda fue el gol de Javi Puado. Entre medio hubo más goles. Jofre Carreras celebró efusivamente el suyo besándose el escudo en el momentáneo y efímero 2-1 cuatro minutos después de encajar el segundo gol. El VAR reparó el error del juez de línea al no levantar la bandera del fuera de juego.
Volvía a salvarse el Barça por decimosegunda vez de un gol que anulaban en su contra, aunque era una ratificación del perfecto funcionamiento de la línea defensiva. Cuatro minutos después, Olmo clavaba el tercer tanto. Tejero marcó el 3-1, ya en el segundo tiempo, y se llevó el mismo chasco que su compañero. Puado, el capitán, lo logró en el tercer intento, cuando el Espanyol ya conseguía correr más veces en vertical en una mejorada versión tras el descanso.
Casadó, como en el Bernabéu
El marcador estaba a salvo, o eso creía el Barça. Flick había relevado a Casadó y Olmo, fundamentales en el triunfo, uno asistiendo y el otro marcando. El mediocentro repitió el pase del Bernabéu a Lewandowski. El destinatario fue Raphinha, que trazó una diagonal desde la derecha. Había huido un momento del acoso de Omar El Hilali, que quiso buscarle las cosquillas desde el principio. El lateral trató de descentrarle con golpes y agarrones sin el balón, de lo que tuvo que advertirle Munuera Montero.
Fermín y Koundé cayeron de la alineación que goleó en el clásico, sustituidos por Olmo y Héctor Fort en la segunda titularidad del joven lateral. Los recuperó en el segundo tiempo, cuando el Barça había perdido parte de su vigor defensivo, meciéndose con el 3-0 y la facilidad con que lo había conseguido. No necesitó el equipo a Lewandowski ni Lamine Yamal. El miércoles hay otro partido: en Belgrado ante el Estrella Roja.