El CF Damm se rejuvenece al cumplir los 70 años de historia. Se ha trasladado a la otra punta de Barcelona. Estrena una nueva casa, unifamiliar; unas instalaciones modernas, recién inauguradas, que conforman su ciudad deportiva, pequeña en tamaño -son 30.000 metros cuadrados-, inmensa en dimensiones humanas.
El club de fútbol de la fábrica Damm mantiene los mismos valores fundacionales desde 1954, cuando un grupo de trabajadores se organizan como equipo para jugar a la salida del trabajo y ese equipo lo transforman para que jueguen sus hijos y se inscribe en la federación. Antonio Carrera, trabajador de la cervecería, fue el primer presidente, sustituido al cabo de cuatro años por Ramon Oliver en uno de los puntos de inflexión que marcan los destinos. El dilema fue el recorte económico o la inversión en los jóvenes.
Máximo nivel
El tiempo transcurrido da la respuesta. Francesc Barcons, Josep Barcons y Ramon Agenjo, los sucesivos presidentes, han mantenido aquella filosofía por encima de todas las crisis y todas las dificultades que brotan durante siete décadas. El club es el proyecto más importante de la Fundació Damm, que dedica millones de euros a actividades y actos de mecenazgo y filantropía de tipo cultural y social. Cerca de 1,5 millones anuales se destinan al fútbol.
La prioridad continúa siendo la formación de los jóvenes. No está en absoluto reñida con el altísimo grado de profesionalidad que impregna al club desde hace años, tanto en los medios de los que se ha dotado como a la dedicación de las 66 personas que cuidan a los 220 futbolistas de ambos sexos que militan en los 12 equipos de todas las categorías. Desde el juvenil al benjamín. La Damm está al día y se ha propuesto crear un equipo femenino por año. También hay uno de veteranos.
La dirigencia se resiste aún a tener un equipo amateur que pueda dar salida a los chicos que terminan en edad juvenil. Esa renuncia voluntaria es la única diferencia que le separa a un club profesional. No falta el dinero en la empresa cervecera, que también lo devuelve con generosidad a la sociedad. Tampoco se ha escatimado gastos en la flamante ciudad deportiva, construida por los estudios de arquitectura Max de Cusa e Hiha Studio, que ha cuidado tanto el diseño como la practicidad de cada departamento y, por supuesto, la sostenibilidad ambiental y la eficiencia energética.
Dos cambios
Solo han cambiado dos cosas: los colores y la ubicación. La camiseta trocó en 1988 del verde original de 1954 (con pantalones negros) al rojo (con pantalones blancos). El campo estuvo inicialmente en Nou Barris, luego Sant Andreu, más tarde Horta. La entidad deportiva se ha trasladado a Montjuïc, junto al Club Natació Montjuïc, con el que comparte vecindario en la montaña más deportiva del mundo, donde ha podido reunir en el mismo enclave a todos los departamentos del club: desde las oficinas a la utillería, desde la lavandería al servicio médico, desde el gimnasio a la biblioteca, junto a dos campos reglamentarios, uno de ellos transformable en dos campos de fútbol 7.
Lo que no ha cambiado es la vocación formativa de los chicos y las chicas durante su crecimiento y maduración personal. La prioridad absoluta, sostiene Agenjo. Por encima de la deportiva, que vendrá con el aprendizaje durante su estancia en el club. Su madre, Josefina Bosch, hizo el saque de honor del primer partido oficial en aquella Barcelona donde abundaban las escaseces, y siempre se preocupó por el bienestar de aquellos chicos.
La Damm compite desde los años sesenta con el FC Barcelona y el Espanyol de tú a tú en las escalas inferiores, y de sus filas han salido futbolistas que han sido internacionales -caso de Sergio García, el entrenador del juvenil A- y jugadores de Primera que nutren a muchos clubs. Como Marc Casadó (Barça), Joan Garcia (Espanyol) y David López (Girona), exfutbolistas cerveceros que representarán el lunes a los tres clubs de Primera, junto con las principales instituciones de la sociedad civil: Josep Rull, presidente del Parlament de Catalunya, y Jaume Collboni, alcalde de Barcelona, para brindar con una jarra en la mano.