El fútbol se rebate a menudo en cuestión de semanas. Sorloth, macizo delantero del Atlético, era un paquete hace unas jornadas. Julián Álvarez no arañaba, Simeone estaba a punto de rebosar el hartazgo del Metropolitano tras ser goleado por el Benfica y ser puro barbecho ante el Betis. Hasta Oblak flaqueaba. Y no digamos De Paul, cuestionado por la grada y con algún dardo lanzado por el Cholo. Gallagher, un presunto pitbull, tampoco tenía mordida.
Hace un par de meses el Atlético era un tostón y su técnico tiraba los dados. De repente, Lenglet, un exiliado del Barça, dio estabilidad a la retaguardia, en la que afloró Javi Galán, hasta entonces en el camión escoba. De Giuliano solo llamaba la atención su apellido. Hoy es todo un Simeone.
Partido a partido el equipo colchonero cambió de formato. El fin de los tres centrales, el aparcamiento de extremos como Lino y Riquelme y otro motor sin Koke. Con todo, un súbito Atlético con colmillo ofensivo, goleador como nunca, y venenoso en las fases terminales de los partidos -el equipo consigue el 42% de los goles a partir del minuto 75-. Atrás quedó el reputado ‘Profe’ Ortega. Con Luis Piñedo, preparador físico del filial, los rojiblancos están en órbita. Más allá del infortunio de Le Normand y alguna recaída de Barrios, que como otros jóvenes emergentes paga la congestión del calendario, el Atlético tiene una salud envidiable. Incluso Giménez, paciente habitual de la enfermería.
Aquel conjunto que en octubre transitaba a diez puntos del Barça festeja la Navidad como líder. Simeone ha hecho ‘doblete’: ha dado con un once titular tan desatado como el convoy reserva. En las grandes ligas europeas no hay banquillo más goleador (once dianas). A la cabeza, Sorloth, capaz de ganar al Barça en su feudo con tres camisetas diferentes (Real Sociedad, Villarreal y Atlético) y siempre con un golito en su cuenta. En la cima de la Liga en el meridiano del curso, al Atlético ya no le valdrá con pujar por un hueco en la Champions. Habrá que ver cómo responde ante una mayor expectativa.
Cuando el Atlético parecía descolgado, el Madrid aún estaba remolón. Malhumorado Ancelotti y angustiado Mbappé. Con una defensa remendada por las lesiones de Carvajal y Militão, desaparecido Rodrygo, desubicado Bellingham y por madurar Güler y Endrick. Un Real zozobrado en Lille, que no es el Brasil de Pelé, arrollado por el Barça, zarandeado por el Liverpool y azotado por el Milan en Chamartín. Tras muchas curvas, el Madrid parece haber armonizado. Valverde sostiene el eje, Mbappé va sacando el mazo, ha vuelto Rodrygo, Bellingham circula en su mejor dirección y a Tchouameni se le notan menos las fugas como central.
Aquel Atlético que se iba a la cuneta y aquel Madrid sin encuadrar eran apabullados por un Barça que despegó como un cohete. La Liga de Flick se etiquetaba. Un Barça con un once muy definido y un sistema que le calzaba de maravilla. Las dudas solo aparecían cuando el míster alemán rotaba, caso de Pamplona, o era baja Lamine. El Barça fetén era un seguro, cabía examinar su plan B. Pasó el tiempo y De Jong sigue sin dar ni la hora, Gavi, por suerte de vuelta, vive su particular pretemporada, Araújo está por ver, Olmo va y viene entre algodones, y Ferran y Pau Víctor no dan para paliar la sequía de Lewandowski. Mucho menos, de momento, Ansu.
El panorama ha dado un vuelco. Y puede que no sea el último. La Liga es una noria.