Es un secreto a voces que Sergio González está esperando en la cola de la Seguridad Social a la espera de que por megafonía suene su número de serie y sea el próximo inquilino en el banquillo perico. Bien: más que un secreto es que se sabe desde que empezó la Liga en agosto.
Lo sabe Sergio, que tiene todo el derecho del mundo a pasar por la Dani Jarque para comprobar cómo trabaja la cantera del club que lleva en la sangre. Lo sabe Manolo González, para quien es un honor que un ilustre como Sergio visite su zona de trabajo, aunque como profesional de esto entiendo que le pueda tocar los cojones. Lo saben los jugadores, que cuando acaban los entrenos y se dirigen al parking algún día se habrán topado con Sergio. Y lo saben los principales mandos del club: la figura, el CV y el ADN de Sergio no pueden pasar desapercibidos.
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No organizaré un campeonato mundial para comprobar cuál de los dos, Manolo o Sergio, atesora más ADN perico. Lo que creo es que la responsabilidad de la deriva del club, y por tanto del equipo, ni mucho menos es de Manolo González. Jamás en otra época hemos padecido semejante inestabilidad ni incertidumbre sobre la categoría en la que jugaremos el año que viene. Y la broma ya dura demasiado.
Pero pese a todo, me gusta que Sergio González sea el siguiente: da igual cuándo leas esta frase. Y me gustaría que Sergio se quedara muchos años en el banquillo, aunque desde que un entrenador se compromete con el Espanyol firma, a su vez, su sentencia de muerte y su finiquito. Míster Chen (toc, toc: ¿hay alguien?) suma 13 entrenadores en 8 años (Galca, Quique, Gallego, Rubi, Machín, Abelardo, Rufete, Moreno, Luis Blanco, Diego Martínez, Luis García, Ramis, Manolo González…) además de seis directores deportivos: Perarnau, Ángel Gómez, Lardín, Rufete, Catoira y Garagarza. Una sangría imparable.
Aunque si le ganamos al Celta pondremos otra tirita en esta herida que no para de sangrar. Y este artículo, como decía el maestro Luis Arribas Castro, no servirá para nada.