Los mandatarios populistas son quizá los más peligrosos de todos. Siempre habrá quien les ría las gracias pero, sobre todo, quien les crea las mentiras.
Ese Barça que parecía haber tocado fondo en los tiempos del ‘bartorosellismo’, años que aún deben ser juzgados y que acabaron con la entidad al borde de la bancarrota, se ha encontrado con que ahora quien gobierna es un presidente que nada tiene que ver con aquel revolucionario William Wallace que lideraba al añorado Elefant Blau y luchaba contra el régimen ‘nuñista’; ni con el joven abogado al que hicieron creer que sería el Kennedy catalán antes de que el mundo de la política le pusiera un espejo frente a sus narices. Quien ocupa ahora la poltrona del Barça es ya un emperador romano pasado de vueltas y de dialéctica ‘trumpista’ que arrastra a la entidad a la miseria moral. Un líder populista que se ha rodeado de todo tipo de personajes y aduladores siniestros -pero, sobre todo, de escaso nivel-, y que ha convertido en norma la treta, el ilusionismo y, sobre todo, la mentira. Una manera sencilla y efectiva de conservar el poder.
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Los grotescos intentos por mantener inscrito a Dani Olmo -porque en el pobre Pau Víctor nadie repara- no han convertido al Barça en el hazmerreír de Europa. No se equivoquen. Simplemente, han ofrecido una imagen dura y demasiado clara de una gestión que amenaza con llevarse al club por delante.
Intentar malvender trozos del escudo -en este caso, asientos del futuro Camp Nou a los fondos de las dictaduras árabes, otrora demonios, ahora ángeles de la guarda- para intentar que el fichaje estrella pueda seguir jugando partidos sobrepasa la cordura. Más aun cuando Laporta ha pasado de decir que no inscribía a Olmo porque no le daba la gana, a salir avergonzado de los juzgados y rogar después a la Federación Española del condenado Rafael Louzán -a quien, por cierto, el Barça dio su voto- que conceda otra licencia al jugador mientras el club sigue saltándose a la torera todo tipo de reglamentaciones y normas.
Laporta no tiene miedo. ¿Cómo iba a tenerlo alguien que se deshace de Messi y no pasa nada? ¿Que incumple sus propios plazos de regreso al Camp Nou y no pasa nada? ¿Que un día abraza a avaladores, y al siguiente, a comisionistas, y no pasa nada? ¿Que gobierna sin altos ejecutivos porque con sus palmeros le sobra, y no pasa nada?
La noche en que el club celebró su 125 aniversario, Laporta tomó el micrófono en el Liceu y, orgulloso, hizo entender a todo el mundo que el Barça es él. El delirio ha llegado demasiado lejos.