María Pérez (Orce, 1996) tiene tatuada en su cuerpo la palabra «eviterno«, un vocablo que significa, según la RAE, «algo comenzado en el tiempo y que no tendrá fin». Como la gloria de la marcha atlética española, la modalidad que la granadina y el recién retirado Álvaro Martín (Llerena, 1994) han llevado a la excelencia. Juntos lograron en los JJOO de París el oro en la nueva prueba de maratón mixta por relevos. Antes, María se colgó el oro en los 20 km y Álvaro el bronce en la misma distancia que ha sobrevivido a la reforma continua del programa olímpico de la marcha, que ha estado sometida a la desidia y el bamboleo de las instituciones.
La campeona que reaprendió la técnica
A esto hay que sumarle el peso del dolor con el que María Pérez cargó desde noviembre de 2023, apenas unos meses antes de la cita olímpica, cuando una rotura del sacro comprometió su presencia en la cita gala. «Tengo que darle gracias a mi médico, porque gracias a él he conseguido esto. Si no no es por él, estaría operada, con un clavo en mi casa y viendo los Juegos desde el sofá. Ha sido un año difícil. Me ha costado, pero la medalla de plata me sabe a gloria», afirmaba una atleta que nunca olvida cómo tuvo que reaprender a marchar.
En 2022, la única española capaz de ganar una triple corona de oro, fue descalificada por penalizaciones en los 20 km del Mundial de Oregón. Solo un mes después pasó por el mismo proceso en el Europeo de Múnich. Era dos piedras en un camino donde ya había sido campeona continental en 2018 y cuarta en los JJOO de Tokio. El camino se llenó de niebla para una deportista que en lugar de convivir con los fantasmas buscó soluciones para seguir viva. Porque las infracciones que le impusieron los jueces le obligaban a un giro radical que llegaba en pleno ciclo olímpico.
Junto a su entrenador Jacinto Garzón se fue a Font-Romeu, en los Pirineos franceses, y a 1.800 metros de altitud rediseñó su técnica, el código secreto que le ha permitido reinventarse en un deporte subjetivo donde los atletas, a diferencia de la carrera a pie, deben mantener un pie el contacto con el suelo en todo momento. Las mujeres no pudieron competir a nivel mundial hasta 1979 y la inclusión en el programa olímpico llegó en Barcelona 1992, hasta 84 años después del debut en Londres 1908. Es una disciplina de especialistas, donde cada kilómetro es una fórmula de esfuerzo y precisión.
María Pérez y Álvaro Martín, el binomio infalible
Sin embargo, el Comité Olímpico Internacional está inmerso en un rediseño del programa orientado a la espectacularización. Un pensamiento integrado en la corriente mundial en la industria del deporte, donde la fugacidad es norma. Por ello se borraron del mapa los 50 kilómetros y se quedaron en 35 para culminar en un relevo mixto. A pesar del borrado sistemático, la marcha está siempre rodeada en rojo para España en cualquier prueba atlética. De ahí los madrugones para ver en París cómo María Pérez y Álvaro Martín culminaban el trabajo que habían refrendado en los mundiales.
La granadina logró dos títulos, en 20 y 35 kilómetros, en Budapest, hasta que el contratiempo del coxis le obligó a repensar el calendario. Ya en la capital gala no faltaron contratiempos. En la prueba de relevo, después de la primera posta, que fue más rápido de lo que había planteado junto a Álvaro, empezó a vomitar. Cuando veía una cámara se escondía para que su compañero no viese su estado. «Sólo necesitaba sentirme vacía y que nadie se lo dijese», confesó tiempo después de un oro que supuso el último baile en la alta competición de Martín. «No dejo ningún vacío. Espero que en Los Ángeles los marchadores ganen medallas», aseguró el extremeño en una despedida sin dramas.
Nunca han exhibido esa dupla tan real como manida del dolor y la gloria. Ellos, a marchar. Un paso y otro detrás. Si uno falla, el otro sostiene y el primero, de nuevo, remata. En París, la segunda posta fue inferior a lo esperado. Apenas tres segundos de diferencia. María Pérez activó el piloto automático mientras su camarada se desgañitaba desde la barrera. La fórmula funcionó a la perfección: 51 segundos de ventaja sobre la pareja ecuatoriana formada por Brian Daniel Pintado, que logró el oro en los 20 km, y Glenda Morejón, sexta en el concurso masculino.
«Ser madre» y Los Ángeles 2026
Las últimas gotas en la plaza de Trocadero no fueron de sudor, sino de alegría. Desde Daniel Plaza a Jordi Llopart, pasando por María Vasco y Valentí Massana. La marcha volvió a darle un impulso al medallero español cuando se había atascado. Era una baza segura, pero como tantas otras que, al no cuajar, causan frustración. Porque convertir en rutina lo extraordinario, como es ser el mejor en cualquier prueba o cuestión, es algo que se ha normalizado sin razón. Con todo, María Pérez, valga su redundancia, tiene los pies en el suelo, por donde se desliza con una técnica reaprendida y eficaz.
Por eso siempre vuelve a Orce, origen de la vida humana en la Península Ibérica y de la sobrehumana por culpa de una marchadora irrepetible que ya camina hacia Los Ángeles 2026, aunque con una meta intermedia aun más importante que un oro: «Ser madre», el objetivo declarado de una deportista cuyo palmarés solo tiene comparación si se pone al lado de Ruth Beitia, la saltadora de altura que logró el oro en Río 2016, además de seis medallas en grandes citas.