Alguien que mandó, y mucho, descendió al infierno, a las catacumbas, por soberbio, por engreído, por altivo, por creerse que el mundo giraba alrededor suyo. Alguien que fue emperador en su sector, en su deporte, en su competición, acabó (casi) quebrado, en ruina, desprestigiado y, sobre todo, desfasado. Alguien que pensó que el mundo giraba alrededor suyo no se dio cuenta de que el nuevo mundo le estaba atropellando y, al final, tuvo que irse, dimitir, vender su imperio, renunciar a todo lo que tenía y era.
Esas cosas, no solo pasan en el mundo de la alta competición, pasan en la vida. Lo que acaba de ocurrir en el Mundial de F-1 ha sido una noticia fabulosa, enorme, tremenda, casi única. McLaren, un equipo, una escudería, una compañía, una empresa, un fabricantes de coches (casi) únicos, que hace pocos años estaba en la más absoluta de las ruinas, casi desahuciada, anticuada, se ha proclamado campeona del mundo de constructores, renaciendo de sus cenizas, rememorando sus tiempos dominantes, incontestables, y superando a los más poderosos, Red Bull y Ferrari.
Lo que le ocurrió a McLaren de la mano del altivo y sobrado Ron Dennis le está ocurriendo estos días, por eso se habla de que la historia se repite, a la poderosa fábrica austriaca de motos KTM, cuyo CEO, Stefan Pierer, tuvo los mismos delirios de grandeza que tuvo el jefe, el dueño, de la factoría de Woking (Surrey, Inglaterra). KTM, no solo está en apuros, sino que o aparece alguien muy, muy, rico o la marca corre peligro de desaparecer.
Es posible que a Pierer le ocurra lo mismo que le sucedió a Dennis, poseedor del 25% de su compañía, que se vio obligado por sus socios, en 2017, el empresario franco-saudí Mansour Ojjeh, hijo del fundador de TAG, poseedor del 25% de McLaren Group, y The Bahrain Mumtalakat Holding Company, propietario del 50% restante, a vender sus acciones (dicen que por 270 millones de euros) y abandonar la empresa. Dennis era, en esa época, algo así como un noble que no tenía dinero para mantener su castillo.
Los delirios de grandeza y el distanciamiento de la realidad del británico Ron Dennis, auténtico gurú de McLaren, obligó a Bahréin a contratar al norteamericano a Zak Brown para reflotar la compañía
Desde aquel momento, McLaren empezó a vivir la realidad de la F-1, que no era la realidad de la era post Ecclestone, y, de la mano del norteamericano Zak Brown, un emprendedor multimillonario autodidacta, sabio, listo y pillo como pocos, ha remontado el vuelo hasta derrotar a los más poderosos. Para que se hagan una idea del estado de cuentas de McLaren en aquellos años, Brown tuvo que vender el platillo volante de McLaren, la espectacular sede de la marca diseñada por el famosísimo arquitecto Norman Foster, a Global Net Lease, un fondo de inversión que le dio 197 millones de euros.
Cuando las autoridades de Bahréin contrataron a Brown, McLaren era un auténtico caos, puro desconcierto. “La primera impresión”, contó años más tarde Brown, “fue mucho peor de lo que pensaba. No había supervisión adulta en el equipo de carreras y la gente necesita liderazgo”. McLaren había pretendido vivir de lo buenos que eran. Y lo eran. Eso, eran, en pasado.
Brown, un ‘yankee’ entre los ‘british’ altivos, no fue recibido con demasiadas sonrisas al entrar en McLaren. Como tampoco las tuvo el genio (oculto) italiano Andrea Stella, al que Brown le comió la mente desesperadamente para que se hiciese cargo de todo, entre otras cosas de sustituir a Andreas Seidl, otro genio, que decidió irse a Audi para crear el nuevo y futuro equipo de F-1.
Brown, que de muy joven había creado su propio sistema para autofinanciarse sus carreras de pilotito con el nombre de ‘Zak attack’, es de los que prefiere pedir perdón que permiso. Y, sí, poco a poco fue tomando decisiones firmes, muy firmes, en McLaren, apoyándose en gente muy competente, tanto de su primera empresa de marketing y patrocinio, como promocionando a profesionales que ya había en Working, escasamente valorados, como Stella o Peter Prodromou, otro gurú. “Simplemente, pusimos a los tipos adecuados y más preparados al mando, nada más”, explica ahora Brown, sin darse importancia, sin querer reconocer que resucitó a un muerto.
Muchos comentan ahora, después de que McLaren conquistase, el pasado domingo, el título de constructores, desde luego tan o más valorado que el de pilotos, propiedad del holandés Max Verstappen (Red Bull), con 14 puntos más que Ferrari y 77 más que la campeonísima escudería Red Bull, que los británicos de Working, propiedad de Bahréin, llevaban 26 años sin coronarse reyes de los constructores. No es del todo cierto (o sí, pero con matices). ¿Cuáles?, McLaren ganó ese mismo título, en 2007, de la mano de Lewis Hamilton y Fernando Alonso, pero fue desposeído del cetro por haber espiado a Ferrari.
La situación económica de McLaren era tan desastrosa, que Zak Brown se vio en la necesidad de vender, por 197 millones de euros, la preciosa sede de Working, el ‘platillo volante’ creado por el genial arquitecto Norman Foster, a un fondo de inversión para conseguir liquidez
Ahora, después de que Brown y Stella hiciesen crecer, poco a poco, paso a paso, en plan cholista, a McLaren, la escudería se ha aprovechado del despiste de Ferrari, que sigue sin saber redondear una temporada alimentando, encima, las peleas entre sus pilotos y la ineficacia, muy, muy, cuestionada, del mexicano Sergio Pérez, que, como segundo piloto de Red Bull, ha sumado la friolera de 285 puntos menos que el jefe Verstappen: 437 contra 152.
Menuda pareja
El brillantísimo piloto británico Lando Norris, ya el gran favorito para el año que viene, y el novedoso y velocísimo australiano Oscar Piastri han cumplido la función que, en 1998, protagonizaron el finlandés Mika Hakkinen, campeón aquel año por delante del mítico Michael Schumacher, y el británico David Coulthard (3º de aquel Mundial), sumando los suficientes puntos, como pareja, para hacer realidad el sueño de Brown, fruto del buen trabajo, del mucho trabajo y, sobre todo, de una tenacidad impresionante tanto en los despachos, como en el diseño, como en la construcción, evolución y desarrollo de un coche que, al final, ha terminado siempre el mejor en la pista.
Brown no pudo dejar de reconocer que, en el circuito de Yas Marina, en Abu Dabi, pasó, el domingo, “las dos peores horas de mi vida, en cuanto a tensión, dudas y nervios, pero ha valido la pena todo el esfuerzo que ha hecho el equipo, la fábrica, todos los empleados de McLaren, todos”. Por eso, Brown, nada más cruzar la meta Norris como ganador, le gritó, eufórico, por radio: “¡Lando, eres increíble! ¡Te queremos! ¡Gracias por este gran año! Ha sido, sencillamente, maravilloso”.
Stella, a su lado, solo hacía que repetir “somos muy felices por nosotros y por la F-1, la F-1 necesita un cambio así”. En cualquier movida de la F-1 aparece siempre Fernando Alonso. En la mejora de McLaren, también. El ‘nano’, cuando fichó por McLaren (2015-2017), se llevó de la mano a Stella como ingeniero de pista, así que Brown se lo encontró ya en Working cuando llegó para reflotar a la escudería.
“Yo también te quiero, Zak, ¡ja, ja, ja!”, le contestó Norris a Brown desde su monoplaza tras cruzar la meta. “Se me han caído las dos orejas. No, en serio, gracias a todos, gracias al trabajo de todos, gracias a todos los que están en la fábrica y que no han podido estar aquí con nosotros, hemos ganado gracias a todos ellos. Qué gran año, sí, no sabíamos que esto fuese posible, pero vaya cambio que hemos protagonizado. Sigan así, por favor”.