El drama de la DANA en Valencia empujó a Castellón a un marco mental que creíamos superado: las curvas iniciales de la pandemia del covid. Atravesamos las primeras horas del jueves entre el horror y la cautela, medio confinados. En el paralelismo encontré numerosas coincidencias y varias diferencias. Una de ellas era común, descorazonadora y palpable: casi nadie piensa ya que de esta ‘saldremos mejores’.
En marzo del 2020, se podría decir que sí. Aquello fue un lema. Con un poco de distancia, aquella ingenuidad resulta de lo más tierna. De la pandemia íbamos a salir mejores de la misma manera que el VAR iba a acabar con la polémica en el fútbol; en la teoría. En la práctica, ocurrió lo mismo que en mi casa.
Mi hija pintó una cartulina en los primeros días del coronavirus. Dibujó un arcoíris, escribió ‘saldremos mejores’ y colgó el cartel en el balcón. Durante meses, ahí se quedó. El viento lo fue rompiendo. El sol fue apagando poco a poco los colores. La lluvia contribuyó a difuminar el mensaje. Lo que pasó con el cartel fue exactamente lo que pasó con el contenido de la frase.
El oportunismo
Ojalá me equivoque, pero de la DANA saldremos, los que tengamos la suerte de salir, de la misma manera que del covid: confundidos, egoístas y desmemoriados. No quiero restar valor a la impresionante marea solidaria que florece en pleno duelo, entre las lágrimas y el barro, ni a los héroes que salvaron vidas, ni a la reacción emocional que mueve los alardes inmediatos en plena emergencia. Hablo de lo que no aprenderemos, de lo que se enquistará a medio plazo, de las tendencias generales.
Ahí la verdad importará poco. Ya lo estamos viendo. El nivel de velocidad en el oportunismo es equivalente a la miseria moral del protagonista. Cada cual aprovechará la desgracia ajena para lo suyo, sea lo que sea lo suyo. Ajustará el relato a su interés. Nos haremos daño.
Los que frecuentemente escribimos sobre fútbol nos sentimos más idiotas de lo habitual cuando una verdadera desgracia sucede. Ya se sabe que el vocabulario bélico impregna la crónica deportiva desde siempre. Es algo parecido a los que se disfrazan de muertos mientras flotan cadáveres. Nos sentimos idiotas un rato, pero nada grave. Nada que nuestro cerebro no esté dispuesto a olvidar. Por ahí tampoco creo que salgamos mejores.
Quizá sea lo que nos toque. La paradoja del payaso triste: distraer y entretener en público, llorar en privado y dejar lo importante a ‘los que saben’. Quizá sea pronto para pensar en el papel sanador que pueda aportar el fútbol en el futuro, aun en plena catástrofe. Lo primero es callarse: parece una tontería pero mucha gente empezó a asimilar la dimensión del asunto cuando se aplazaron los partidos de los equipos valencianos de la Liga. Lo segundo es moverse: aprovechar el altavoz que tiene el deporte para hacer el bien en la medida de lo posible, reparando lo que se pueda reparar y dignificando lo irreparable.
No sé si saldremos mejores, pero al menos deberíamos intentarlo. Aunque sea tarde.
Suscríbete para seguir leyendo