Un partido sin Pedri ya no se concibe en el Barça de hoy. Pero un partido en el que sólo esté, como cabeza de las jugadas, de los centros, e incluso de los goles, es demasiada leña para un jugador solo.
Anoche Pedri fue la única esperanza de un equipo que de pronto no supo mirar a los lados, no alcanzó a buscar en las oportunidades el fresco que siempre mejora los cuadros. El Barça fue un cuadro poco a poco entristecido, confuso, sin otro agarrón estético que el que protagonizaba el de Tegueste.
Otros artículos de Juan Cruz
Grité su gol como si lo hubiera metido desde su pueblo, para convencer a sus compañeros de que en efecto se puede. Pero luego esa renta se fue diezmando incluso antes de que empatara el Atlético.
Fue un partido de malos presagios en el que nunca estuvo del todo seguro el equipo de que el esfuerzo iba a formar parte de una victoria sino de una incertidumbre.
Desastre final
Fue un desastre final, una esperanza que duró los suspiros que fue levantando el tinerfeño, hasta que el último suspiro fue del Atlético de Madrid, favorecido por la mala suerte del Barcelona pero, también, por la inanimada actuación de algunos de los delanteros (incluido Olmo) que parecían venir a reforzar la religión del equipo: los goles.
La sustancia del juego se puso de manifiesto en la primera parte del encuentro, pero no bastó con el ejercicio de Pedri: éste hizo mucho más que cualquier otro, pero no fue suficiente. La retaguardia confió en el portero, y el portero tampoco está en sus horas memorables.
Cuando los futbolistas se acostumbran a perder ocurren avances como los que anoche hicieron los atléticos: era evidente que nada iba a desdecirles su pasión por ganar, aunque el juego favoreciera a los azulgranas. El tramo final de la contienda dio la impresión, sin duda debida a la realidad, de que el Barça está a medio hacer, incapaz de levantarse de la desgana.
El regalo final fue la explicación del momento que padece el equipo: sin entrenador en la cancha, sin seguridad en sus suplentes, despojado de Lamine Yamal, descuidado en los minutos finales, menos avispado que el que iba empatando, el equipo de Flick fue, al fin y al cabo, el equipo de Pedri, y Pedri sólo hubo uno sobre el campo.
Todos los demás vestían de azulgrana, pero se dejaron el entusiasmo y la gallardía en la parte de atrás del autobús que los llevó al estadio.
Suscríbete para seguir leyendo