El factor humano decidió el Mundial de ajedrez. Un error fruto de los nervios traicionó al chino Ding Liren, que se había sobrepuesto a la tortura agónica de la presión de Gukesh durante 14 partidas. El indio estiró cada movimiento, alargó cada ventaja, asfixió en cada movimiento al campeón del mundo buscando derribar la resiliencia del chino, que se desmoronó en el momento más imprevisto y de la forma más despiadada. Con la última partida encauzada con blancas, y después de haber solventado una situación estresante el día anterior con negras sometido por el reloj y su rival, todos daban por hecho que Ding cerraría las tablas para jugarse la corona con su adversario por la vía rápida. Un escenario incómodo para el reposado indio.
Pero entonces se derrumbó el suelo. Ding Liren cometió el error más grosero de la historia de los Mundiales. Torre f2. Un movimiento que le perseguirá el resto de sus días. «Me siento en paz», había declarado estos días en Singapur tras salvar un marcador adverso y confirmar que sus problemas de salud mental parecían superados. «No me he dado cuenta hasta que he descubierto la gravedad del error en el rostro de mi adversario», confesó derruido el chino posteriormente.
Ding había sobrevivido al avasallamiento de un Gukesh que exprimió cada rincón del tablero persiguiendo a su rival. Lo esquivó, encontró rendijas imposibles y domesticó al cronómetro, enemigo íntimo por su desconfianza innata a la hora de cerrar las jugadas. El defensor de la corona propuso al indio partidas enrevesadas y dilemas venenosos que Gukesh no había contemplado en su ordenador con su equipo. La creatividad del chino, asesorado por el singular Rapport, también le colocó en situaciones dantescas.
La secuencia del Mundial
Ding había sobrevivido al avasallamiento de un Gukesh que exprimió cada rincón del tablero persiguiendo a su rival. Lo esquivó, encontró rendijas imposibles y domesticó al cronómetro, enemigo íntimo por su desconfianza innata a la hora de cerrar las jugadas. El defensor de la corona propuso al indio partidas enrevesadas y dilemas venenosos que Gukesh no había contemplado en su ordenador con su equipo. La creatividad del chino, asesorado por el singular Rapport, también le colocó en situaciones dantescas.
Ding comenzó ganando con negras en la primera partida, lo que disparó la euforia del público y relativizó el favoritismo de su joven rival. Sin embargo, Gukesh se sobrepuso al varapalo pese a sus 18 años y a su inexperiencia. El indio le devolvió el golpe en la tercera con blancas para igualar la contienda. Luego enlazaron siete tablas de toda naturaleza: competidas, indolentes, voraces, imprevisibles… Hasta que llegó el 11º cara a cara, a cuatro del final, y Gekush asestó otro jaque con blancas al chino que ahora, a tres días del final, pareció definitivo. Pero la resiliencia de Liren, la misma que le llevó a colarse segundo en la última jornada del torneo de Candidatos de Madrid y a arrebatar la corona mundial a Nepomniachi en las partidas rápidas, apareció para doblegar al prodigio indio en la 12ª.
El Mundial era una montaña rusa y todo apuntaba a que Liren se manejaba mejor en esta inestabilidad que el minucioso discípulo de Anand. Todos daban por hecho que el Mundial se resolvería de nuevo a contrarreloj. Las tablas en la 13ª fueron un ejercicio de resistencia hercúlea de Ding, que resopló aliviado al apretar la mano de su adversario con medio punto más en su casillero. Restaba el último enfrentamiento y el campeón tenía blancas, lo cual debería haber significado otra emboscada del chino. Pero el chino sabía que si llegaba a las rápidas tenía mucho ganado porque las gestionaba mejor que el aspirante. Y en la partida 14, con Gukesh con negras y el chino en una cómoda posición para cerrar las tablas, se desplomó el suelo.