Sergio Rodríguez, el entrenador del Logroñés, tenía dudas… muchas dudas. Kike Royo, el portero, yacía medio inconsciente en la camilla. El Logroñés había hecho todos los cambios. Iban 0-0, estaban en la primera parte de la prórroga y seguían luchando por lo que luego se convirtió en una realidad, y que no era otra que eliminar al Girona de la Copa con el sueño -muy probable al ser un sorteo dirigido- de recibir al Barça o al Madrid como regalo de los Reyes Magos.
Pol Arnau, 19 años, nacido en la clínica Quirón de Barcelona, como recuerda cuando se le entrevista, se acercó hasta el banquillo. “Le preguntábamos con el entrenador al cuarto árbitro si podíamos hacer el cambio de portero y nos dijo que sólo estaba permitido en Primera y en Segunda, pero no en la Copa”. Se acordó de su hermano Marc, que es el guardameta del Mollerussa. Y, por supuesto, de Francesc, su padre, fallecido hace tres años, pero con el que Pol, asegura, habla todos los días. Francesc Arnau fue portero del Barça y del Málaga. Pol miró hacia Alejandro Daza, el meta suplente, y este le ofreció los guantes, mientras el técnico decidía a qué jugador de campo sacrificar sabiendo que se quedaban con 10 ante el Girona.
Los guantes del compañero
El defensa catalán del Logroñés tomó los guantes de su compañero. “No eran de mi talla. Me iban un poco grandes”. Los guantes, tal vez, pero el partido, no. Efectuó dos paradas de mérito hasta los penaltis. Se le atravesó un rechace, “que deberé practicar en el futuro”, bromea, y luego le detuvo un penalti nada más ni nada menos que a todo un campeón olímpico como es Abel Ruiz. “Es lo único que me indicaron los compañeros. ‘Abel siempre los tira por el mismo lado’. Así que me lancé hacia la pelota y detuve el penalti”.
En la grada de Las Gaunas estaba su madre, María José Camacho, que quería ver en acción a Pol. Él todavía es futbolista del filial y antes del partido frente al Girona sólo había jugado en el encuentro de Copa donde eliminaron al Éibar. Él marco el tanto de la clasificación, en la prórroga. “Por mi padre y por mi hermano cogí los guantes. Lo de la portería viene de familia. Y por qué sé que hablo con mi padre. Hablo con él antes de todos los partidos. Y lo hice también en la tanda de penaltis”.
El estadio estaba entregado a Pol. Las Gaunas siempre cuesta de llenar porque, la verdad, los partidos de Segunda Federación, donde milita el club riojano, no ilusionan mucho. Ante el Girona se dobló la cifra habitual de 3.000 espectadores y si toca cualquiera de los cuatro equipos de Supercopa (Barça, Madrid, Athletic o Mallorca) nadie duda del lleno, porque el Logroñés tiene preferencia, al ser uno de los equipos supervivientes de la Copa con menor rango de categoría.
«¡Sí se puede!»
Pol escuchaba el grito de la grada, como si estuviese en un mitin de un partido de izquierdas. “¡Sí se puede! ¡Sí se puede!”. Y pudo, a pesar de que las imágenes posteriores muestran que Stuani, el último lanzador del Girona, estrelló el balón sobre el larguero de Pol y la pelota entró casi un metro, aunque el linier no lo vio y el VAR ni estaba ni se le esperaba. Tampoco un jugador convertido en portero por un día que corrió hacia los compañeros que acabaron manteándolo entre todos.
“Marc, mi hermano, es portero y en la Copa Catalunya lo vi deteniendo varios penaltis. Siempre bromeaba con él sobre la sensación que tenía parando un penalti. El miércoles por la noche, en las Gaunas, lo pude comprobar. De madrugada me emocionó el mensaje que me escribió mi hermano al decirme que él me había ayudado a detener el penalti de Abel”.
El Málaga, el Oviedo y la Damm
En una familia de porteros, padre e hijo, Pol era como el futbolista raro, el que prefería los regates, correr de lateral por la banda, presionar y robar balones. “Nunca tuve la tentación de hacerme portero. La verdad, prefiero tirar que detener penaltis. Una vez vino mi padre al colegio y salió al patio con el resto de la clase. Se puso en los palos de la portería y pidió a todos que le tirasen penaltis. Yo no dejé a los compañeros. Sólo yo quería lanzar los penaltis a mi padre”.
La figura paterna nunca se olvida. Pol creció como futbolista en la cantera del Málaga y luego pasó a la del Oviedo donde su padre trabajaba en la dirección técnica del club hasta su muerte. La familia regresó a Barcelona y él ficho por la Damm hasta que el Logroñés lo incorporó a su escuela de fútbol. Vive en el edificio residencia que el club riojano posee en una de las calles peatonales del centro de la ciudad. En junio termina contrato. Esta Copa le ha abierto las puertas del fútbol. Si hay un jugador del Logroñés que ya todo el mundo conoce, este es Pol Arnau.