Realmente es muy duro… Miren, no sé a ustedes, pero para un servidor, un fin de semana sin futbol es un suplicio. No voy a disimular o a hacerme el culturetes» contándoles lo mucho que disfruto de los fines de semana sin liga para lanzarme a aquella lectura pendiente de Sònia Lleonart, la visita a esa exposición de Miró/Matisse de la que tanto hablan o aprovechar el parón para ver la última ida de olla de Coralie Fargeat con su película: The substance, y la interpretación de unas histriónicas y a la vez gigantescas Demi Moore i Margaret Qualley convirtiéndose en monstruos (Y disculpen este indecente spoiler)…
No. Es obvio que la falta de pelotita te abre de par en par la posibilidad de plantear un mundo de asueto, entretenimiento y descanso diferente, menos esclavo, más creativo y, seguro, más libre, pero el resultado a tanta libertad sé de antemano que no me va a complacer, o en todo caso no me va a deleitar tanto como con Cubarsí, Casadó y Lamine Yamal de protagonistas.
Abánico amplio
El abanico de alternativas es amplio, cierto, pero sin futbol, las pelis son más cansinas, las exposiciones más previsibles y la concentración ante la lectura es menor. La paella de la suegra (quién la tenga) parece más insulsa, la pareja (quién la tenga también) más charlatana, si te decides por buscar alternativas en TV, las motoGP van más despacio y hasta chicas del Barça parecen imitar a los chicos jugando con la misma excelencia y soberbia contra el mismo rival, e incluso parecen burlarse de ti al copiarles sin el más mínimo rubor… ¡Hasta el resultado!
Si todo lo que les cuento además sucede en noviembre, ya te cagas… Demasiado pronto para esquiar y tarde para ir a la playa, donde, aún con sol, al acercarte al agua los pezones se te pondrán como balines. ¿Ir a por “rovellons”? Olvídense, el bosque ya está más intoxicado y corcado que un despacho del CTA…
Serrat cantaba: «Niño, deja ya de joder con la pelota…» y para nada, los niños no joden con la pelota, lo hace la falta de su presencia y la excelencia que lucen con ella.